La Vanguardia

Cultura contra cultura, la otra guerra de Ucrania

Los artistas de Dnipró descubren su alma ucraniana en un acto político y existencia­lista que niega a Rusia

- XAVIER MAS DE XAXÀS Dnipró

El poeta y performer Alexánder Shakirov ya no bebe, ni fuma, ni habla ruso. Ha renacido como un hombre nuevo. Se siente como un niño aprendiend­o una lengua nueva, el ucraniano. Sus tres libros de poemas en ruso forman parte de otra vida. Se avergüenza de ella a pesar de que los críticos la aplaudiero­n.

El dibujante de animación Mykita Liskov también siente vergüenza de su cultura rusa. “Soy en parte ruso y me odio por eso. Estoy decepciona­do. Debo reescribir­me”, reconoce en un bar musical de Dnipró.

Shakirov y Liskov viven en Dnipró, una ciudad de un millón de habitantes, en el centro de Ucrania. Fue una ciudad cerrada y fantasma durante la URSS. Nadie podía entrar o salir y tampoco figuraba en los mapas porque aquí se fabricaban los misiles balísticos interconti­nentales y los cohetes de la carrera espacial.

Hoy es una ciudad abierta, con una comunidad artística vibrante y menguante. “La guerra ha desplazado al 80% de los artistas”, se lamenta Andrii Palash, director del Centro de Cultura Contemporá­nea. Los que resisten, sin embargo, se han levantado para contrarres­tar el colonialis­mo ruso que pretende exterminar­los.

Una de las razones que esgrimió el presidente ruso Vladímir Putin para invadir Ucrania fue que no es un país, ni siquiera una cultura. Se trata de un argumento clásico del colonialis­mo ruso que Stalin utilizó en los años treinta. El dictador soviético ejecutó o deportó a Siberia a la élite cultural y artística para acabar con la identidad ucraniana. Putin hace lo mismo en los territorio­s del este y el sur de Ucrania que ha ocupado.

“Está claro que los rusos no son nuestros hermanos –reflexiona Palash–. Hemos de luchar para defender nuestra cultura y bloquear la rusa. No queremos que vuelva a tener voz en Ucrania”.

El renacido Shakirov piensa lo mismo. “Hemos de defender nuestra cultura con las armas. En esto consiste esta y todas las guerras, en defender la cultura. Los rusos nos matan como antes nos mataban los soviéticos, por ser ucranianos y hablar otra lengua. Soy pacifista, pero no dudaré en coger un arma para defender la cultura ucraniana”.

Shakirov afirma que la guerra le ha descubiert­o su alma ucraniana. Cree que la cultura rusa en la que se ha formado es una farsa y que por eso no le ha costado nada abandonar la lengua rusa, que era la de las ideas y la literatura. “Escribir en ucraniano, la antigua lengua de los campesinos, es un acto político para mí –explica–, pero también es uno honesto porque refleja mi auténtico yo”.

Luego, asegura que los ucranianos que se criaron en ruso “somos víctimas de la propaganda soviética, de una gran mentira”. Sus abuelos, por ejemplo, eran tártaros de Siberia, con su lengua y cultura. Stalin los deportó a Ucrania después de la Segunda Guerra Mundial. “La paz les convenció de que tenían que ser soviéticos –dice–. Renunciaro­n a sus raíces. Mi madre nació aquí y todos nos educamos en ruso. Somos víctimas de un genocidio cultural”.

Shakirov quiere ver muerto a Putin y lo mismo desea Liskov, que publica en Instagram vídeos de animación de diez segundos con esta fantasía. Colegas de todo el mundo le han enviado más de un centenar. Al principio de la guerra, Instagram los bloqueó por contraveni­r sus normas contra la violencia, pero hace unas semanas cambió de criterio.

El poeta Shakirov afirma que Putin les somete a un “genocidio cultural”, igual que hizo Stalin

Putin muere de maneras muy diferentes en los minivídeos de la cuenta de Liskov y también en la música que promociona la discográfi­ca Dnipró Pop. Evgene Goncharov, confundado­r del sello, dice que seguir organizand­o conciertos y editando discos es la mejor forma de enfrentars­e a Rusia. “Rusia ataca nuestra cultura y dice que no existimos, pero aquí estamos, haciendo música. Nuestra música existe porque nosotros existimos”.

Cada viernes, de seis a nueve de la tarde, antes del toque de queda, organiza un concierto de jazz. Ya lo hacía antes de la guerra, pero entonces era de música electrónic­a, que es la que más le interesa. “Los conciertos de antes eran más cañeros y difíciles de organizar –recuerda Goncharov–. Queríamos que salieran perfectos. Ahora nos relajamos. No nos importan tanto los detalles, y salen mejor”.

Su amigo y socio Evgene Gordeev reconoce que la guerra ha cambiado su forma de componer y cantar. “No quiero hacer una música contra la guerra, sin más. Decir ‘no a la guerra’ es una simplifica­ción sobreemoci­onal, algo demasiado comercial. No es arte. El único arte de verdad es el personal, el que habla de ti mismo, no el que se columpia en los estereotip­os”.

La música de Gordeev y Goncharov, la poesía de Shakirov y los dibujos de Liskov tal vez sean parte de un arte más radical y comprometi­do porque para sobrevivir como personas han de hacerlo también como cultura. Sin habérselo propuesto, su arte es hoy más existencia­lista.

“No es que antes mis obras no reflejaran mis ideas o no fueran reales –comenta Liskov–, pero la realidad cambia. Es posible que la realidad de esta guerra sea más verdadera que la anterior. Antes de la invasión, por ejemplo, yo trabajaba en una película de animación sobre la crisis climática, porque aquí en Dnipró tenemos un problema grave con la contaminac­ión, pero ¿a quién le importa eso ahora? La ecología tardará muchos años en volver a ser una preocupaci­ón”.

Al artista plástico Nikita Shalenni los críticos le han reconocido una importante visión de futuro. Lleva ocho años trabajando la guerra. “Fue entonces, en el 2014, cuando empezó lo que ahora continúa”, explica en el gran comedor de la pizzería Moderna, convertido en cuartel general de la organizaci­ón humanitari­a Victoria.

Shalenni, como otros artistas, es hoy un voluntario a favor del esfuerzo cívico que exige la guerra. Su arte también ayuda a la resistenci­a. En uno de sus proyectos, el paisaje ucraniano aparece protegido por líneas defensivas, y en otro, las ciudades son fortalezas medievales. Los bloques de pisos soviéticos suplantan a las murallas y sus moradores guerrean con ballestas. “El pasado está en el futuro”, dice para explicar parte de su obra. “La kábala defiende la teoría de que no hay tiempo –añade–, de que todos los acontecimi­entos están en un tablero, pero no se tocan. Yo, sin embargo, creo que se superponen. Esta guerra, de alguna manera, demuestra que atravesamo­s una eterna edad media”.

Shalenni no cree que la guerra termine antes de cinco años, pero está convencido de que Ucrania prevalecer­á. Aun así, opina que, cuando llegue ese día, el triunfo encerrará una paradoja. “Todavía hoy la palabra victoria se asocia de manera preeminent­e con la victoria de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial –explica–. Es una palabra soviética que no nos pertenece. Los ucranianos aún no hemos alcanzado la victoria que nos permitirá rescatarla y hacerla nuestra. Luchamos precisamen­te por esto, para alcanzar este principio”.c

El artista Shalenni afirma que “esta guerra demuestra que atravesamo­s una eterna edad media”

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XAVIER MAS DE XAXÀS
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 ?? XAVIER MAS DE XAXÀS ?? Image† del poeta †acio†al Tarás Shevche†ko (izquierda) e† u† ce†tro de refugiados e† D†ipró; biblioteca destruida e† Kramatorsk , e† el fre†te del Do†bass; y el poeta Shakirov co† ilustracio†es sobre la guerra
XAVIER MAS DE XAXÀS Image† del poeta †acio†al Tarás Shevche†ko (izquierda) e† u† ce†tro de refugiados e† D†ipró; biblioteca destruida e† Kramatorsk , e† el fre†te del Do†bass; y el poeta Shakirov co† ilustracio†es sobre la guerra
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XAVIER MAS DE XAXÀS

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