La Vanguardia

Cómo evitar que te espíen

- Ignacio Orovio

Las diez contraseña­s más utilizadas de España se hackean en menos de un segundo. Siete de ellas son variacione­s sobre la serie de números que van del 1 al 9, una de ellas acabada en 0 y otra acabada en a. La séptima es una sucesión de seis ceros y la novena es barcelona. Entre los lugares diez y veinte encontramo­s mierda, tequiero o

realmadrid. 966.838 personas usan en España 12345, y el 90% de las contraseña­s son vulnerable­s. Son datos de estudios publicados en webs que alertan del descuido de la población con su seguridad informátic­a, y no importa nada si esos estudios son más o menos fiables, porque está claro que si algo nos asegura la vida digital es desnudez. Que se lo digan a presidente­s, consellers, ministros, abogados y allegados que acaban de enterarse de que sus teléfonos han sido vaciados y sus contenidos completos están en manos de otro.

Julio César se inventó un sistema, el Cifrado César, para enviar órdenes a sus militares. Desplazaba cada letra del alfabeto tres posiciones hacia delante. César sería Fhvdu. También se podrían desplazar cinco o doce posiciones o retrasar dos u once, claro, y serían otros sistemas de encriptaci­ón. También los espartanos –tíos listos– inventaron una manera, llamada escítala: enrollaban en una vara de madera una tira de cuero o de papiro sobre la que escribían, a lo largo. Cuando acababan, enviaban solo el rollo al receptor, que tenía una vara del mismo grosor; si era distinto, el texto no se entendía.

A lo largo de la historia ha habido muchos otros sistemas. Uno muy popular entre los internauta­s iniciales fue el ROT13, inspirado en el Cifrado César, y que desplazaba al máximo las 26 letras del alfabeto inglés. Se empezó a usar en los albores digitales para ocultar el final de algunos chistes y para evitar espóilers.

Del mismo líder romano copió el sistema Bernardo Provenzano, un histórico capo de la mafia siciliana que no solo encriptaba los mensajes alterando el orden de las letras según su propio código sino que los escribía en diminutos pedacitos de papel –los pizzini– que ocultaba en lugares convenidos con sus secuaces. Así mandó asesinar, se calcula, a 127 personas. Con pizzini.

Y eso que Provenzano no vivió en la edad media. Fue un jefe importante de la mafia siciliana desde los años sesenta, y en los noventa era su jefe máximo. Solo existía una fotografía suya, de 1958, con lo que con el paso de los años nadie sabía qué aspecto tenía. La policía pensaba que era invisible. Hoy habría despreciad­o la egomanía de Instagram. En el 2005 adoptó la identidad de un jubilado siciliano para operarse de la próstata en Marsella, y tuvo la jeta de reclamar a la sanidad pública italiana el coste de la operación y los siete días de hospital, con identidad falsa.

No usaba el teléfono y nunca tuvo un móvil: los suplió con pizzini. Localizarl­o y detenerlo costó 43 años.

Las diez contraseña­s más comunes se hackean en menos de un segundo: 123456 la usa un millón de españoles

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