La Vanguardia

Llers, la voladura de un pueblo

Un documental narra la explosión de 200 toneladas de dinamita que destruyó el pueblo en febrero de 1939

- JOSEP PLAYÀ MASET Llers

El 8 de febrero de 1939 la iglesia de Llers, un pueblo situado al norte de Figueres, desapareci­ó del mapa. En su interior, el ejército republican­o había almacenado unas doscientas toneladas de explosivos y antes de caer en manos de las tropas franquista­s optaron por hacerlas estallar. Avisaron a la gente de que se marchara, pero nadie se imaginaba el alcance. No solo la iglesia, sino todas las casas de los alrededore­s quedaron arrasadas.

Han pasado 83 años y este episodio histórico continúa rodeado del silencio. No se sabe todavía cuántas personas murieron. Según las fuentes, se habla de entre cuatro y quince muertos y un número indetermin­ado de heridos. Algunas personas del pueblo habían vuelto a su casa, al ver que a la hora anunciada no explotaba (se retrasó una hora). Otros prefiriero­n no marcharse, por miedo al pillaje, y se escondiero­n bajo una escalera o en algún lugar que considerab­an seguro. Enriqueta Moncanut todavía tiene la imagen de “la mula que quisieron sacar pero se alarmó tanto que se escapó y huyó a la sierra”. Quizá se llegará a saber el número exacto de vecinos que murieron, pero nunca se sabrá cuántos había entre los soldados o los refugiados que estaban allí accidental­mente, de camino hacia Francia.

El Ayuntamien­to de Llers ha impulsado ahora, con el apoyo del Memorial Democràtic de la Generalita­t, un documental que recoge los últimos testimonio­s vivos de aquella voladura. Y el resultado es Llers: el poble que va esclatar en mil bocins, realizado por Zeba Produccion­s Audiovisua­ls, editado por Sergi Guix y con la periodista Sònia Pau como entrevista­dora. Hasta 14 testimonio­s, que en el año 1939 eran unos adolescent­es, han explicado sus recuerdos, complement­ados con imágenes de la época y

Franco adoptó el pueblo, lo hizo nuevo y dejó la parte destruida como en Belchite o Corbera d'ebre

comentario­s de los historiado­res Enric Pujol, director del Museo del Exilio, y Alfons Romero, y del autor local Antoni Bonal. Estas declaracio­nes se integrarán en el Banc Audiovisua­l de Testimonis del Memorial Democràtic, uno de los archivos de historia oral y online más grandes de Europa.

La concejal de Cultura de Llers, Maite Oliva, ha explicado a este diario que ahora se está negociando su emisión por el Canal 33 y ya se prepara una segunda parte del documental con más testimonio­s de familiares.

La onda expansiva de la explosión destruyó de forma casi completa 160 edificios y provocó daños parciales a más de 200. En un pueblo que entonces tenía un millar de habitantes solo 29 edificios no quedaron afectados.

Jordi Cufí recuerda que estaban trabajando en el campo y vieron cómo caía cerca una piedra cantonera de la iglesia. “Fue a caer a unos dos kilómetros de distancia”. Antoni Bonal dice que una persona del Portús le dijo que habían visto cómo “el campanario se levantaba hacia el cielo como si fuera un cohete”. Y Teresa Pumpidó, que entonces tenía 5 años, revive todavía aquel “viento caliente tras la explosión, que parecía que nos tenía que quemar”.

El objetivo del ejército republican­o, explica Alfons Romero, era evitar que “los franquista­s se quedaran con la dinamita” y al mismo tiempo dificultar su avance, haciendo volar puentes y carreteras, aunque ya se sabía que la guerra estaba perdida. A mediodía del 4 de febrero las fuerzas de la IV división de Navarra, dirigidas por el general Camilo

Alonso Vega, habían ocupado Girona. El día 7 había caído Olot y se habían producido intensos bombardeos sobre Figueres. El mismo día de la explosión se produjo otra, de magnitud similar, en el polvorín del castillo de Sant Ferran de Figueres.

Algunos de los relatos son conmovedor­es. “Vi a mi padre y a otro hombre de unos 50 años llorando y todavía lo tengo grabado en la cabeza”, explica Clara Giralt. “Quedó todo destrozado” señala Jordi Cufí, y cuenta que en días posteriore­s tuvieron que dormir sobre una tina de vino porque el resto de la casa eran escombros.

Unas horas después el ejército franquista entraba en Figueres y en otros pueblos, como Llers. La imagen de desolación era absoluta. Y los titulares de la prensa franquista hicieron sangre: “El pueblo de Llers destruido por las hordas rojas”; “La villa que ya no existe”... Unos días después. ocho fotografía­s del pueblo destruido, que hizo Josep M. Sagarra, llenaban una de las páginas de huecograba­do de La Vanguardia. Estos imágenes están hoy depositada­s en el Arxiu Nacional de Catalunya.

Una vez finalizada la guerra, las nuevas autoridade­s se plantearon la reconstruc­ción del pueblo y el gobernador civil encargó al arquitecto Pelayo Martínez un anteproyec­to. El Consejo de Ministros del 15 de diciembre de 1939 acordaba que “S.E. el Jefe de Estado adopta el pueblo de Llers”. Una decisión que “demuestra, de la manera más práctica y fehaciente, la voluntad del Caudillo ya pronta a ser convertida en realidad, de restaurar la grandeza material de España, base del esplendor espiritual que con rigor de imperio está conquistan­do nuestra Patria” (diario

El Pirineo). El alcalde de Llers, Eugenio Arolas, pedía por carta a Franco que las ruinas del pueblo quedaran como “Monumento Nacional”. Y con la prosa propia del momento añadía: “El tipismo de Llers, pueblo Ampurdanés y por tanto, Español, ha dejado de existir. Sobre sus cimientos milenarios hoy existe un montón de ruinas que muestran en su carne viva la herida mortal causada por el paso de la horda aliada, y en indigna convivenci­a con la barbarie moscovita”.

El párroco Juan Puig pidió celeridad en la construcci­ón de la nueva iglesia, para no tener que acudir a misa a Figueres, ciudad que para los jóvenes es “asaz peligrosa para la moralidad”.

Con la ayuda del Servicio Nacional de Regiones Devastadas se optó por crear un pueblo nuevo, dejando intacto el que había quedado destruido, como en Belchite o Corbera d’ebre. Y así se conservó hasta los inicios de la democracia. Facundo Comamala recuerda en el documental cómo de jóvenes “jugábamos a ladrones y guardias entre los escombros”. Y Alfons Romero, todavía en los años sesenta, jugaba con otros niños con los huesos y cráneos esparcido del cementerio.

En 1941 empezaron las obras del pueblo nuevo, en las que trabajaron unos 160 presos republican­os, aunque según el semanario Ampurdán “no les falta a esos obreros su ración diaria de pan, un pan excelente”. Y lo remataba así: “Las ruinas de Llers sirven de sepulcro a los saqueadore­s del pueblo”.

Quien no lo pudo ver acabado fue el alcalde Eugeni Arolas Vergés, que el 12 de febrero de 1941 fue asesinado a la salida del pueblo por un desconocid­o. No le robaron ni el dinero ni el reloj, por lo que se interpretó como algún tipo de venganza política. Arolas, que de joven había sido detenido por nacionalis­ta catalán, se marchó del pueblo durante la guerra y volvió como requeté. Su asesinato nunca se aclaró. Se da la circunstan­cia que su hermano, el sacerdote Pere Arolas, arcipreste de Figueres, fue ejecutado por milicianos el 8 de septiembre de 1936. La doble historia la ha explicado ahora Joan Vergés en el libro Els dos germans.

Las guerras siempre dejan víctimas y una tristeza que todavía se refleja en testimonio­s que, 83 años después, aún les hacen saltar las lágrimas al explicarlo.

El primer alcalde franquista de Llers fue asesinado en 1941 en circunstan­cias todavía desconocid­as

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JOSEP MARIA SAGARRA / ARCHIVO Destru *+ued, todo destrozado-, d ce en el documental uno de los superv v entes. /nos 0)% ed f c os quedaron completame­nte derru dos, ( 1%%, con daños parc ales. 2e salvaron solo 1$
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