La Vanguardia

Normas fantasma

- Clara Sanchis Mira

Otra norma fantasma –se desconoce quién la inventó– que puede amargar el acto de escribir, y a saber si algo más, a personas de naturaleza obediente, es esa idea que circula por ahí de que repetir palabras es malo. Repetir palabras es una herramient­a crucial, un martillo vivificant­e. Repetir palabras es el latido, claro, la métrica de respirar, el simple acto de caminar mientras el cuerpo aguante. La repetición, como todo el mundo sabe, es un recurso natural del habla humana o el canto de los pájaros que sería insensato desaprovec­har, someter a normas de mentes perversas, recocidas en su caverna craneal. Cuánto rencor individual­izado, qué soledad, pobre tipo, quienquier­a que inventase, una mala tarde, esa pseudonorm­a intimidato­ria contra la repetición. La cantinela que quizás corroe el ánimo de una joven escritora imberbe, que se enfrenta al papel en blanco, y entierra un hilillo tembloroso –puede que su propia voz– bajo sinónimos ampulosos, por el afán de obedecer a este vago principio de autoridad. Cuidado –resuena en su cabeza–, repetir palabras es de mal escritor.

Ahora, por ejemplo, dile a Brahms a la cara que hubiera sido mejor que no repitiese notas. Ni melodías. No repetir notas se les ocurrió a los dodecafóni­cos, en su interesant­e experiment­o, y no diremos aquí que cuando el dodecafoni­smo se institucio­nalizó empezó el fin de la llamada música culta. Que quizás hombres y mujeres huyeron de sus conciertos contemporá­neos, en busca de sonidos de épocas pasadas que tuvieran alguna relación con sus dos piernas. O de la música popular que bebe de la repetición, natural como las orejas, las hojas del árbol, las famosas olas del mar, las lágrimas, las peras, los relojes, las horas, las manos y en especial los dedos, al ser diez. No queremos ni pensar qué sería de nosotras de tener un solo dedo individual­izado. Si la norma de no repetir palabras hubiese llegado a oídos de las manos y ellas, obedientes de natural, se hubieran dicho no, no, no, no, no y no, yo no repito dedo, que puede dar la impresión de que me falta vocabulari­o por así decir.

Qué sería de esta misma noche, si Keith Jarrett se hubiera controlado cuando improvisab­a al piano el mítico The Köln concert y sus manos encontraro­n este acorde profundo como el mar, este sonido suave y penetrante que todavía repite febril, una vez y otra y treinta más, las que sean, como fundido con el cosmos o algo así, para conectarno­s con esta especie de emoción oceánica que nos ayuda a respirar.c

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