La mantilla de la princesa
El Barça jugó en Mónaco y obsequió de forma perdurable a Grace Kelly en su boda con Rainiero
La boda entre la actriz estadounidense Grace Kelly y el príncipe Rainiero de Mónaco, el 19 de abril de 1956, fue un acontecimiento de impacto mundial que reunió a destacados miembros de Hollywood, entre los que los cronistas citaron con especial interés a Ava Gardner y algunos representantes de la aristocracia internacional, como el agá jan y la begum o los Onassis. Una boda del siglo en Montecarlo que incluso tuvo dos capítulos: la ceremonia civil el 18 y la religiosa y popular al día siguiente.
Entre los espectáculos que acompañaron la unión del príncipe y la corista se organizaron unos partidos de fútbol, de acceso gratuito. El Mónaco y el Sampdoria se enfrentaron el primer día, y el Barcelona jugó con la Atlética Portuguesa, de Río de Janeiro, el mismo jueves 19, prácticamente a la misma hora en que Rainiero y Grace Kelly empezaban su crucero por el Meditérraneo “entre los aplausos de millares de monegascos y turistas, bajo el flamear de las colgaduras y estandartes, mientras las sirenas de los yates daban a los príncipes su adiós y el mar les abría su ancho horizonte como una alegoría de la esperanza”, según reseñó el enviado especial de La Vanguardia, “uno de los cincuenta periodistas seleccionados entre los dos mil que han llegado a Mónaco para asistir de cerca a la ceremonia”, explicó.
Deportivamente hablando, la expedición blaugrana fue discreta, por decirlo de forma amable. El partido se jugó tres días antes de la última jornada de Liga, en la que el Barça, dirigido por el famoso exportero húngaro Franz Platko, albergaba opciones remotas de título. Hasta Mónaco viajaron únicamente 12 jugadores, entre ellos tres debutantes, y solo un portero. Todos suplentes, ni siquiera se desplazó Platko, sino que Samitier ocupó la dirección deportiva. Era un partido que no tenía ningún atractivo especial para el Barcelona, todo lo contrario. Semanas antes el Real Madrid –que ese mismo día jugaba partido de semifinales de la Copa de Europa contra el Milan– había renunciado a formar parte de los festejos.
En cambio, sí fue abundante la expedición barcelonesa de directivos y periodistas. Acompañando al presidente Miró-Sans viajaron miembros de la junta, con sus respectivas esposas, e incluso barcelonistas de pro, como fue el caso del empresario y miembro de la saga de banqueros Félix Valls-taberner, igualmente acompañado por su esposa, Carmen Munné. Valls-taberner sería directivo del Barça años más tarde, en la etapa de Narcís de Carreras, y mucho después también una de sus hijas, Rosa Valls-taberner, quien formó parte de la junta de Josep Lluís Núñez de 1989 a 1993 y se convirtió así en la segunda mujer directiva del club tras Anna Maria Martínez Sagi (1934).
Rosa Valls-taberner recuerda cómo sus padres le explicaron detalles de la boda y se sentían especialmente orgullosos del obsequio que Miró-sans y el club entregaron a Grace Kelly: una delicada mantilla negra de blonda y encaje: “Era preciosa, hecha a mano, del llamado encaje de Bruselas, una pieza de exquisita finura”, explica, que ha pasado a formar parte de los objetos más preciados de la familia monegasca. “Grace Kelly la utilizó, por ejemplo, en una visita al Papa. Y aún más: en el funeral por la actriz [tras su accidente de carretera en septiembre de 1982], quien lucía la mantilla era su hija mayor, la princesa Carolina”.
Otro componente de la extensa expedición blaugrana fue el escritor y célebre humorista Joaquim Muntañola, sagaz cazador de anécdotas. Gracias a él sabemos que el único que salió con ganancias de la inevitable visita al casino de Montecarlo fue Samitier. Y que le tocó a Muntañola lidiar con la prensa extranjera, molesta al comprobar que en el programa oficial de los partidos aparecían Ramallets, Kubala y compañía, pero que no había ni rastro de los cracks: “Aquel día pude utilizar un tópico con todos los honores: ‘Señores –les dije–, en el Barcelona todos son titulares’. Menos mal que en francés las mentiras no suenan tan mal”. Del partido nadie se acuerda, la mantilla ha perdurado.
“Preciosa, hecha a mano, una pieza de exquisita finura”, explica Rosa Valls-taberner