La Vanguardia

El legado de Teresa Berganza

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Teresa Berganza, mezzosopra­no madrileña de voz exquisita, timbre seductor y gran musicalida­d, falleció ayer en San Lorenzo de El Escorial a los 89 años. Junto a Montserrat Caballé y Victoria de los Ángeles, Berganza ha sido una de las máximas aportacion­es españolas al bel canto. Basada en una sólida formación y en una amplia cultura, Berganza se abrió camino en tiempos difíciles, primero en España y después, sin gran demora, en la escena internacio­nal. Unos recitales de Schuman en el Ateneo de Madrid constan como su primera actuación. Inmediatam­ente, inició su carrera en el extranjero, y ya fue requerida regularmen­te en los principale­s escenarios operístico­s.

La Scala de Milán, el Metropolit­an o el Carnegie Hall de Nueva York, la Ópera de Viena, el Covent Garden de Londres, el Festival de Salzburgo, también el Liceu de Barcelona, aplaudiero­n sus actuacione­s una y otra vez, a lo largo de una extensa y exitosa carrera.

Suele decirse que Mozart –las interpreta­ciones que Berganza hizo en los papeles de Cherubino o Dorabella son muy recordadas– y Rossini fueron sus dos compositor­es preferidos. Pero también es verdad que Berganza se distinguió por su recuperaci­ón del repertorio barroco, por su afición a la ópera francesa. Y, también, por el cariño que sentía por los compositor­es españoles, como Toldrà, Turina, Granados o Falla, por citar unos pocos, que hallaron en su voz altas expresione­s.

A la mezzosopra­no recién fallecida le gustaba decir que el canto es “un árbol frondoso plantado en las orillas del río de la vida”. Esta definición parece particular­mente acertada si la aplicamos a su canto. Porque el personal criterio interpreta­tivo de Berganza, capaz de dar una nueva dimensión a tantos papeles trillados, ha adquirido a lo largo de los años una dimensión muy notoria, siempre regado por su caudalosa cultura y su inagotable curiosidad.

La trayectori­a de Berganza contó, como ya se ha apuntado, con el reconocimi­ento del público de los principale­s teatros de ópera del mundo, acaso el galardón más preciado. Pero disfrutó también del aplauso de las institucio­nes, como lo prueban, sin salir de nuestro país, el premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1991 y el premio Nacional de Música en 1996. Ya en ausencia de Berganza, el mejor premio para quienes hoy lamentan su partida serán las grabacione­s que nos deja, auténtico legado de una de las mejores intérprete­s operística­s que ha dado el país.c

La afamada mezzosopra­no madrileña falleció ayer a los 89 años

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