La Vanguardia

Alapar, todo lo bueno que se avecina

El local que albergó Pakta, ahora convertido en una nueva taberna japo-mediterrán­ea

- C. JOLO CH XAVIEROCA

La apertura del barcelonés Alapar (Lleida, 5) es una excelente noticia y la evidencia de que a una serie de profesiona­les muy bien formados en casas que marcaron tendencias les ha llegado el momento de volar por su cuenta. Es el caso de Jaume Marambio y Vicky Maccarone, pareja y ahora socios, que han crecido profesiona­lmente a la par. Él era jefe de cocina de Pakta, pero antes pasó por Saüc, Disfrutar, Tickets y últimament­e Mont Bar, donde ambos coincidier­on y ella dirigía la sala, responsabi­lidad que había asumido antes en Niño Viejo.

Los dos tenían planes de esperar aún unos años para abrir negocio propio. Pero lo que tienen las

Jaume Marambio y Victoria Maccarone en su restaurant­e

crisis, en este caso impulsada por la pandemia, es que aceleran lo que hubiera llegado tarde o temprano. Así ha ocurrido y nos encontramo­s con un restaurant­e que arranca con modestia, como una taberna japonesa-mediterrán­ea

de platos para compartir, que se estrena con el listón alto de la autoexigen­cia aprendida.

Solo entrar vemos que el interioris­mo se ha adaptado a una propuesta que no quiere confundir. “Esto no es Pakta”, dice Jaume

Marambio, que se conoce el local como la palma de la mano y que recuerda con cierta incredulid­ad que cuando estaban allí Albert Adrià y los hermanos Iglesias “vivíamos en una burbuja, sin límites si necesitába­mos más equipo y siempre llenábamos”.

Alapar es una muestra de todo lo bueno que se avecina: del turno de esos profesiona­les de cocina y de sala a los que toca liderar. Mientras acaricia una de las repisas de madera junto a la barra, orgullosa de la suavidad de la superficie perfectame­nte pulida donde la sumiller Alba Boixaderas ha apoyado la botella de un Ribeiro muy especial, Ramon Do Casar, Vicky Maccarone nos cuenta que se han hecho casi expertos en carpinterí­a. “Porque no hubo manera de dar con un carpintero en la ciudad que no esté saturado”.

Son humildes y dicen que quieren aprender de los colegas que los visiten, y avanzar en ese equilibrio entre izakaya y bar de tapas. Pero la sala es lo primero que indica que no es un local más, sino otra de esas casas en la que se cuidan todos los detalles. Hay nivel. Y es al probar los primeros bocados, co

mo el refrescant­e dado de sandía con sunomono y lima y el dashi de la misma fruta cuando asoma una cocina con personalid­ad e intencione­s, que han decidido plasmar en la carta, distribuid­a en varios apartados: entrantes, como la ostra con tomate y huevo frito, el matrimonio de anchoa y boquerón o la caballa con salsa hoisin, que se acompaña de hojas de capuchina para montarte tu propio taco, o la ensaladill­a de aguacate, ponzu y mejillones o el suculento montadito de pan a la brasa, calamar y panceta, revisión del niguiri. Del apartado de guisos es excelente el fricandó de raya. Y del Alapar, que anima al comensal a componer sus propios bocados a base de un ingredient­e principal y de otras preparacio­nes complement­arias, llega el interesant­e salmonete al carbón, con un suquet de salmonete y foie, un sunomono de pepinos y algas. Postres acertados, como el mushipan de té matcha y chocolate o el refrescant­e kakigori (granizado japonés) de fresas.c

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En la carta El matrimonio de anchoa y boquerón y el salmonete al carbón del apartado Alapar
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