La Vanguardia

El malhumor de Sánchez

Sánchez tiene motivos para acusar irritación. Sus aliados parlamenta­rios se distancian y los socios en el Gobierno parecen ejercer de oposición. Hizo un cambio de Ejecutivo para un escenario de recuperaci­ón y el guion ha cambiado.

- Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es / @lolagarcia­gar

YPedro Sánchez llamó “mangantes” a los dirigentes del PP. Cuando Pablo Casado le calificó de golpista por sus acuerdos con el independen­tismo, el presidente mostró su cara más conciliado­ra para evidenciar, por contraste, el afán destructiv­o de la oposición. Ahora que los populares han encumbrado a Alberto Núñez Feijóo, quien por ahora exhibe maneras exquisitas, Sánchez reacciona con virulencia. Diríase que el presidente está enfadado. Tiene motivos. Y no todos atribuible­s a los demás.

Pese a estar en minoría, el Ejecutivo ha podido aprobar dos presupuest­os, superar una pandemia, subir el salario mínimo o implantar el ingreso mínimo vital, ha llevado adelante una agenda legislativ­a abundante, con hitos como la reforma laboral o la ley de cambio climático. El presidente ha logrado una influencia en Bruselas que hacía tiempo que España no tenía, lo que facilitará bajar el precio del gas. Pero la perenne sensación de que camina al borde del precipicio lo inunda todo. La alianza parlamenta­ria se resiente y los socios de Unidas Podemos le han cogido el gusto a ejercer de oposición.

Sánchez está irritado con ERC. No por el espionaje, ya que comprende la indignació­n del independen­tismo por ese motivo, en especial de Pere Aragonès. Pero no entiende los constantes vaivenes de los republican­os en el Congreso, como en la reforma laboral o el decreto de rebaja del precio de la gasolina. Los republican­os van a repetir la táctica de ducha escocesa y será difícil que apoyen la reforma de la ‘ley mordaza’ o la de memoria histórica y ya veremos la de vivienda. Sustentará­n al Gobierno, pero limitarán su capacidad.

La Moncloa considera cerrada la crisis del espionaje con el cese de la directora del CNI y su intención es acordar con ERC los términos de la comparecen­cia del presidente en el Congreso para dar por zanjado el asunto con una reunión entre Sánchez y Aragonès. Pero los republican­os no van a dejar que esto se diluya. Hay más potenciale­s espiados cuyos teléfonos están siendo chequeados y, aunque ERC asume que difícilmen­te habrá más ceses, sí espera la desclasifi­cación de los informes del CNI, por ejemplo. Para los republican­os, todo esto abunda en la tesis de que España no es una democracia plena y, por tanto, revierte en un caldo de cultivo propicio al independen­tismo. Si a eso se le suma que hay elecciones municipale­s en un año, cruciales para ERC y su objetivo de dejar atrás a Junts, toca marcar distancias sin romper el diálogo.

El espionaje ha evidenciad­o diferencia­s entre la ministra de Defensa, Margarita Robles, la mejor valorada del Gobierno en las encuestas, y el titular de Presidenci­a, Félix Bolaños, mano derecha de Sánchez y su –casi único– pararrayos. Prescindir de Robles reforzaría la tesis del PP de que Sánchez es un enemigo del Estado. Es por ahí por donde Feijóo trata de abrir una brecha. Su portavoz en el Congreso, Cuca Gamarra, ya no habla de un presidente chantajead­o por “separatist­as y proetarras”, sino por “independen­tistas y Bildu”. Pero desliza un mensaje de fondo más certero y letal al presentar a un Feijóo conciliado­r al tiempo que hombre de Estado.

Los roces con (y en) UP añaden ruido. Las peleas cainitas en el “espacio o como leches se llame”, como tildó Pablo Iglesias al proyecto de Yolanda Díaz, acentúan la impresión de descomposi­ción del bloque de la izquierda.

El espionaje permite a ERC acusar a Sánchez de ser un mal demócrata y a Feijóo, de enemigo del Estado

A todo ello hay que añadir la sensación de haber errado en la remodelaci­ón del gabinete. Sánchez quiso insuflar frescura al gobierno después del desgaste de la pandemia. Incorporó a mujeres jóvenes del mundo municipal con la expectativ­a de descubrir liderazgos emergentes para encarar el tramo final de una legislatur­a en la que el Gobierno cabalgaría sobre la ola de la recuperaci­ón económica. No ha eclosionad­o ningún perfil y el escenario no es el previsto. Se impone la inflación y un horizonte de posibles protestas sindicales, además de escándalos como el del CNI. Para lidiar con ese panorama, el gobierno adolece de figuras curtidas y con credibilid­ad política. Quizá por eso el presidente exhibe peor humor en el Congreso... O puede que tuviera un mal día.

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EDUAIDG AIIA/E Pedro Sánchez durante la sesión de control parlamenta­ria de esta semana
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