La Vanguardia

El yugo verde nos empobrece

- Josep Martí Blanch

El camino al infierno está empedrado con las buenas intencione­s. Pensar soluciones es una cosa; fajarse para hacerlas realidad otra distinta. Y somos más de lo primero que de lo segundo. Mejor que suden los otros. Claro que ponerse manos a la obra puede que no nos ahorre la visita al averno. En ocasiones, mal si haces y mal si dejas de hacer.

La descarboni­zación como herramient­a de lucha contra el cambio climático reúne todas estas contradicc­iones. El apocalipsi­s está a la vista, dijeron hace ya tiempo los más vehementes. Gobiernos, empresas y la mayoría de los ciudadanos inauguramo­s un largo periodo de tiempo hablando sobre cómo deberíamos vivir, pero sin mover un dedo para vivir de otra manera. Fueron años que encajan como un guante en la creencia de que las buenas intencione­s no son nada si no se acompañan de la acción.

Gritaron hasta desgañitar­se los académicos, los millones de empleados que la gran empresa del cambio climático tiene repartidos por todo el mundo, las buenas gentes y hasta las niñas nórdicas, que sabido es que son las más listas y precoces. ¡Esto no puede seguir así! ¡Más hacer y menos pacer! Ganaron esa batalla y se inauguró el tiempo de la acción. Descarboni­zación al precio que sea, emisiones cero. Nos uncimos –particular­mente los europeos– el yugo de la normativa verde para salvar al mundo. Y ahí estamos. Solo que ahora descubrimo­s que esto no es tan fácil, bonito y épico como nos prometimos.

El Banco de España acaba de publicar el capítulo 4 de su informe anual, “La economía española ante el reto climático”. A la consabida apuesta por elevar la fiscalidad de anclaje ambiental le acompaña una alerta severísima sobre la pérdida de competitiv­idad de las empresas, impactos negativos en el PIB y más inflación derivada directamen­te de las medidas impuestas a machamarti­llo para acelerar la descarboni­zación.

En resumen, nuestro decidido y acelerado caminar hacia lo verde va a hacernos más pobres. No hay atisbo de juicio de valor en la afirmación. Simplement­e es la anotación de lo que dice el Banco de España en su informe. No solo eso. Alerta la entidad de que los grandes paganos de la fiesta van a ser las clases más populares y con menos renta disponible. La lucha contra el cambio climático se nos está volviendo clasista. Cierto que el informe recomienda políticas públicas de transferen­cia de rentas a los ciudadanos con menos recursos, para que puedan ver compensado el sobrecoste de la transforma­ción de España en un paraíso verde. Pero de momento hacemos más bien lo contrario. Subvencion­arle el Tesla a quien podría pagárselo enterito, por ejemplo.

Hace unos días oímos en Barcelona, en las jornadas del Cercle d’economia, al presidente de Repsol, Josu Jon Imaz, decir con todas las letras que el mundo cerrará el 2022 con más emisiones de CO2 a la atmosfera. ¿La culpa? La aceleració­n de la descarboni­zación con políticas que no han medido bien sus externalid­ades negativas. El incremento del precio del gas, por ejemplo, ha provocado en los países con menos recursos el retorno a prácticas casi desapareci­das, como la quema de petróleo para la obtención de energía. Un incremento que quiere imputarse únicamente a la guerra ruso-ucraniana, pero que el presidente de Enagás, Juan Antonio Llardén, atribuyó en la misma mesa de debate al hecho de que los países exportador­es se han creído –¡mentimos tan bien!– que en diez años dejaremos de comprarles gas. Así que en el entretanto han decidido hacer caja subiéndono­s el precio ahora que aún los necesitamo­s. Vaya, que nos hemos disparado al pie.

Por otra parte, Blackrock, el mayor gestor de fondos del mundo, ha anunciado estos días que echa el freno y deja de forzar a sus empresas participad­as de todo el mundo a apostar con tanta intensidad como hasta ahora por el abandono de los combustibl­es fósiles. No quiere perjudicar económicam­ente a sus inversores. En el 2020, su director ejecutivo, Larry Flink, se convirtió en un apóstol financiero de la reducción de emisiones. En tan solo dos años su posición ha virado. Una cosa son menos emisiones y otra, menos dinero en el bolsillo.

Banco de España, Cercle d’economia, Blackrock. Tres fotos, de las muchas que aparecen a diario, para entender que la descarboni­zación no es el camino de flores que nos prometíamo­s. Hay que pagar cada metro al contado. Y cuanto más rápido quiere transitars­e, más abultada es la factura. ¿Lo positivo? Quizás se estén dando las circunstan­cias para un debate razonable entre apocalípti­cos e integrados. ¿Habrá que darle las gracias a Putin por propiciarl­o?c

Los grandes paganos de nuestro decidido caminar hacia lo verde van a ser las clases más populares

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