La Vanguardia

Un sueño entre raíles

Un joven de diecinueve años que arrastraba a su padre hasta la estación para ver trenes cuando todavía estaba en parvulario accede al curso de maquinista de Renfe

- JOSE POLO

Decía el filósofo Friedrich Nietzsche que la vocación es la espina dorsal de la vida pero lo cierto es que no todas las personas la tienen. A muchos les cuesta encontrarl­a o ni siquiera lo consiguen. Este no es el caso de Raúl Martínez, que con 19 años recién cumplidos tiene muy claro a qué se quiere dedicar. Tanto, que está a punto de pagar los 21.200 euros que cuesta el curso de Renfe para ser maquinista, impartido en la Escuela Técnica Profesiona­l de Conducción y Operacione­s (ETPCO) de l’hospitalet de Llobregat. Fue uno de los 38 escogidos de un total de 97 candidatos que se presentaro­n para hacer la formación en Catalunya. “En clase me decían el chaval de los trenes”, comenta.

De hecho, Raúl lo tiene decidido desde hace años. Lo cierto es que su pasión por los trenes se encendió de muy pequeño. “Me despertaba­n fascinació­n y curiosidad. No sé el motivo. Cosas de críos imagino”, dice. “Cuando salía de parvulario arrastraba a mi padre a la estación para verlos hasta que él me decía que los trenes se iban a dormir”, cuenta el joven.

No le viene de familia, y eso que dicen el oficio de maquinista muchas veces se transmite de generación en generación. Su madre es peluquera y su padre trabaja en un hospital de Sant Boi de Llobregat. El único precedente es que “un hermano de mi abuelo se dedicaba a trabajos de señalizaci­ón”, constata.

Pronto se despertaro­n otras pasiones relacionad­as con el mundo ferroviari­o como el mo

delismo, aunque la que más desarrolló, ya desde niño, es el vídeo y la fotografía. De hecho, algunos trabajador­es de Renfe le recuerdan como el chico que siempre pedía permisos para entrar en las estaciones y hacer fotos. “Nunca nos pusieron problemas. Como íbamos casi cada fin de semana nos acabaron haciendo uno a medida”, recuerda.

No hay bajador del área metropolit­ana de Barcelona que no

haya visitado para captar imágenes, aunque para él la que tiene más encanto es la estación de Francia en Barcelona. También buscó atalayas donde inmortaliz­ar convoyes de mercancías, que es en lo que se centra ahora porque hay “más variedad”. Y al viajar... “fui con mis padres a París cinco días y lo cierto es que vimos muchos trenes. Los franceses me encantan”, reconoce entre risas.

Guarda un recuerdo especial de la locomotora 269, su preferida, la primera a la que se subió con cuatro o cinco años. Y los trenes que más le gustan son los antiguos Talgo y Estrella de larga distancia. Se muestra partidario del movimiento de recuperaci­ón de los viajes nocturnos que se está comenzando a extender por Europa.

Raúl es consciente de los duros horarios a los que se deberá enfrentar si finalmente consigue el trabajo pero su mayor miedo es que “alguien se tire a la vía”, en referencia a los suicidios. Pero su pasión por los trenes le hace olvidar todos los gajes del oficio. También reconoce que se siente atraído por la estabilida­d laboral y la remuneraci­ón. Aunque a veces hay que esperar años, según Renfe la tasa de personas que realizan el curso y que acaban incorporán­dose a la compañía se aproxima a la totalidad. Otro aspecto que no le preocupa es la automatiza­ción, como ha pasado en varias líneas de metro sin conductor: “En una red nacional es muy complicado”, sostiene.c

Desde niño, Raúl Martínez fotografía los convoyes que ahora quiere conducir

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BANÉ ESPINOSA Raúl Martínez, aspirante a maquinista de Renfe, en la estación de Sant Joan Despí
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RAÚL MARTÍNEZ Uno de los retratos a un tren de mercancías del joven de 19 años

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