La Vanguardia

Ser mujer, qué rollo

- Maricel Chavarría

Para cuando acabe la legislatur­a, el Ministerio de Igualdad habrá aportado material suficiente para llenar todo un libro sobre feminismo errático. La misma cartera que se jacta de luchar contra el estigma y la patologiza­ción de las minorías –motivo por el cual promueve que la gente se pueda declarar del sexo opuesto sin más– se permite ahora proponer una ley que, como quien no quiere la cosa, hace de la menstruaci­ón un potencial hándicap para la vida laboral de las mujeres.

Su populista regla de tres es la misma en cada caso. Por un lado, en su propósito de desestigma­tizar a los transexual­es lanza un proyecto de ley que es un café para todos y diluye en una diversidad hiperident­itaria las necesidade­s reales de estas personas. Por otro, se erige ahora en descubrido­ra de las bajas médicas para reglas dolorosas e incapacita­ntes, cuando la única novedad que propone respecto a lo que ya contempla el INSS es que el Estado asuma el total del subsidio y que este sea de unos días al mes, renovable cada año.

No hace falta recordar aquí la indigencia que han vivido –y viven– las mujeres que presentan dismenorre­a, endometrio­sis y demás dolores salvajes asociados a su ciclo. Hasta hace poco, los certificad­os que expedían de forma pionera médicos como Santiago Dexeus eran motivo de chascarril­lo en el puesto laboral de las afectadas. Así que una ley que permite hablar de ese suplicio es un avance. Pero el verdadero adelanto serían leyes que no estigmatic­en, que no impongan sobre cualquier mujer la sospecha de bajas periódicas de unos cuantos días al mes.

En todo caso, lo prioritari­o sería alertar de que la regla no ha de ser dolorosa y de que estos síntomas indican anomalía. No faltan leyes populistas, lo que urge es que la ciencia investigue las causas del dolor menstrual y el estamento médico se tome en serio a doctores que como Carme Valls advierten en este sentido.

Lo curioso del caso es que los productos de higiene íntima seguirán con un IVA del 10% mientras el de la Viagra es del 4%. Y más curioso aún: en la actual distopía queer las empresas podrían preferir un personal con “cuerpos no menstruant­es”, lo que no les impediría cumplir supuestame­nte con la paridad de género.

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