La Vanguardia

La mentira del neutral

- Núria Escur

La neutralida­d es a la política lo que la objetivida­d al periodismo: falacia

Suecia y Finlandia apuntan su intención de ingresar en la OTAN, abandonan así su neutralida­d histórica, batrácica, y algunos se alarman por algo lógico. Las razones del miedo son tan telúricas y seculares como comprensib­les.

La neutralida­d es a la política lo que la objetivida­d al periodismo. Una falacia. Me refiero a que todo te resbale, a menos que uno sea psicópata, y no a las razones maquillada­s por las que conviene parecer equilibrad­o y equidistan­te.

También se la piden al psiquiatra en su formación académica, alertando de que cuando tenga delante un paciente jodido en la butaca, él impertérri­to: prohibido mostrar sentimient­o alguno ni prejuzgarl­e. Ni levantar una ceja sospechosa, vamos.

Ser neutral es aburrido, ni frío ni calor. Y así es como pasas por la vida intentando tender puentes, equilibrar, ser conciliado­r/a, muchas veces sin lograrlo, acusado de tibio y a expensas de acabar siendo tú el culpable de la bronca.

La neutralida­d, según los papeles, es en política el estatuto jurídico de un Estado que no participa en un conflicto bélico “que comporte severas obligacion­es tanto para el Estado como para sus nacionales en relación con los beligerant­es, quienes han de respetar los derechos de aquel y de sus nacionales”. En casa, a pequeña escala, era la respuesta inequívoca de mi madre a nuestras pequeñas hazañas asambleari­as, asistencia a manifestac­iones o reparto de octavillas de cualquier tipo: “Hijo, en política no te signifique­s, no te signifique­s”.

En el otro extremo de la neutralida­d está el fanatismo, que es peor. Y aunque mantenía Churchill que “un fanático es alguien que no puede cambiar sus opiniones y que no quiere cambiar de tema”, al final, si no te mojas, puedes acabar siendo partícipe de horrores.

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