La Vanguardia

Washington y Barcelona

- Luis Bassat

Escribo este artículo desde Washington DC, donde mi mujer y yo venimos cada año, a ver a nuestro hijo y su familia, que viven aquí desde hace más de veinticinc­o años. Solemos alojarnos en Chevy Chase, en Maryland, pero cruzamos la calle y el metro ya está en Washington DC. El barrio tiene una calle comercial fantástica, con tiendas como Tiffany’s y Ralph Lauren, además del gran almacén Saks y un espléndido centro comercial, un gran supermerca­do ecológico, Whole Foods, y otro que ahora es un supermerca­do modernísim­o de Amazon.

Esta mañana hemos ido a pasear por el barrio y la sensación es fantasmagó­rica. Casi todo cerró por la pandemia y no da la sensación de que vayan a volver a abrir. La tienda de H&M ha sido sustituida por un centro de vacunación y en todas las tiendas cerradas no queda ni vestigio de mobiliario. Deprimente. Pero si preguntas en Barcelona por la imagen de Washington, estoy seguro de que nuestros conciudada­nos dirían que está igual que siempre.

Ayer fui a ver un partido de fútbol en que jugaba mi nieto de nueve años. Saludé a los padres de los otros niños y, sin excepción, me hicieron grandes elogios de Barcelona. No se acuerdan de los contenedor­es quemados ni de la rotura de cristales en las tiendas del paseo de Gràcia. No se han enterado de nuestros problemas, como nosotros no nos hemos enterado de los suyos. Eso me hizo pensar que la imagen de las ciudades, que cuesta tanto construir, también cuesta bastante destruir. Aunque muchas veces se diga lo contrario. A no ser que suceda un cataclismo, que por suerte no hemos tenido.

Nos quejamos de la decadencia de la ciudad, de sus terribles problemas para circular, sobre todo, para entrar y salir, de los robos con y sin violencia, pero, por suerte, fuera no se han enterado. Por ahora. De todas maneras, nuestras autoridade­s deberían ser previsoras, porque lo que no se conoce hoy se puede conocer mañana. Un artículo en The Washington

Post o simplement­e un par de noticias negativas en internet pueden cargarse la imagen que tanto nos costó construir y que no debemos perder nunca. Porque el progreso de ciudades como Barcelona depende de la imagen que haya de ella. Los congresos que nos traen turismo de calidad se dejarían de hacer si Barcelona perdiera su capacidad de atracción.

La imagen de las ciudades, que cuesta tanto construir, también cuesta bastante destruir

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