De los faraones a la Medusa de Goethe
El Museo del Prado recupera su antigua galería jónica de esculturas con 56 grandes piezas
Hace treinta años que el espacio estaba cerrado y que había servido de almacén donde se apilaban cuadros e incluso como conserjería. Ahora tendrá una función mucho más noble, acorde con la que ya tuvo desde finales del siglo XIX. El Museo del Prado recupera de forma permanente una de sus dos galerías jónicas, la norte, para instalar de nuevo en ella esculturas. En concreto 56, que van desde el antiguo Egipto hasta el barroco tardío y que pertenecieron a coleccionistas tan sonoros como la reina Cristina de Suecia. Ya el arquitecto Alejandro Sureda acondicionó las dos galerías de la fachada de la primera planta, abiertas al paseo del Prado y articuladas con el exterior mediante grandes columnas de orden jónico, como salas de escultura entre 1878 y 1881 y hasta 1919.
Entonces, eso sí, eran salas al aire libre y con las paredes, como muestran las imágenes en blanco y negro de época, teñidas probablemente de rojo. Hoy los cerramientos de vidrio separan la galería de la calle, aunque sigue inundada de luz, y está pintada de riguroso blanco. Y si las galerías nacieron en el mundo antiguo en torno a dos ideas fundamentales, exhibir la riqueza y, también, la más elevada erudición, en esta recuperada galería hay faraones, emperadores como Julio César –al que han colocado al lado de Bruto y frente a Cicerón– y emperatrices como la todopoderosa Julia Domna, vasos de durísimo pórfido púrpura, material reservado al mundo imperial, verdaderos museos del peinado a través de los bustos de damas y soberanas, pero también bustos de Homero, Sófocles, Jenofonte e incluso una curiosa escultura en la que el cuerpo, esculpido hacia el año 150, representa a un filósofo epicúreo, pero la cabeza añadida en el XVII ha sido tradicionalmente asimilada a Séneca, el mayor de los filósofos estoicos. Fue muy estimada por la reina Cristina de Suecia, cuya colección acabó en manos de Felipe V.
Leticia Azcue, jefa del área de conservación de escultura y artes decorativas del Prado, recuerda que las esculturas provienen “de los Austrias y los Borbones, que entre el XVI y el XVIII adquirieron colecciones de los más importantes coleccionistas de escultura de la historia”, y no sólo de la reina sueca que abdicó para convertirse al catolicismo, sino también del granadino Diego Hurtado de Mendoza, embajador en Venecia y Roma, cuya colección pasó a manos de Felipe II, o de José Nicolás de Azara, ministro plenipotenciario ante la santa sede con Carlos IV, al que dejó parte de su colección de antigüedades.
Azcue señala que había una obsesión por reunir personajes célebres de la filosofía, la historia, ejemplos de virtud, con finalidad educativa y moral, y entre las piezas hay incluso una poderosa cabeza de medusa neoclásica, una copia de la Medusa Rondanini, que arrancó elogios encendidos de Goethe: la sola idea de que un trabajo así pudiera ser creado le hacía redoblar su propia humanidad.c
En las últimas décadas el espacio, dedicado a las esculturas en el XIX, había servido de almacén e incluso de conserjería