La Vanguardia

Sin defensa

- JUAN BAUTISTA MARTINEZ

Hay dos maneras de ganar una final four. La primera, con talento. La segunda, sin miedo. La combinació­n perfecta saldría de la mezcla de estos dos conceptos, el de la calidad y el de la mentalidad. Por el contrario, hay dos formas de perderla, con la parálisis del pavor y con una desconexió­n fatal. El Barça pareció jugar con las virtudes para acabar enseñando sus defectos. Primero, brillando. Después, yéndose del encuentro de una manera incomprens­ible. Y al final, quedando a rebufo del tempo del Madrid y de su incomparab­le capacidad de superviven­cia. Protagoniz­ó una reacción final que le dio una nueva oportunida­d. Pero el Barça también la desperdici­ó pese a la monumental prestación de un Nikola Mirotic que sigue sin conseguir ser campeón de Europa.

Los precedente­s ante los blancos sonreían al Barça, y cuando el conjunto blaugrana se vio arriba y superior, se sintió cómodo, demasiado. No contó con la lucha del equipo de Laso, dado por enterrado en múltiples ocasiones y que casi siempre acaba sacando la cabeza, ya sea para remontar o para propinar un buen susto al adversario.

La derrota deja al conjunto blaugrana en el diván de la decepción y de la frustració­n. Pero en el fondo no es nada que le venga de nuevo al equipo de Jasikevici­us, brillante cuando tiene el día y con una clase contrastad­a, pero que acostumbra a tener socavones no de un partido a otro sino dentro de un mismo encuentro.

Esa irregulari­dad tiene arreglo en un partido normal de la temporada, pero en el día crucial se puede pagar muy cara. No se puede hablar de fracaso, pero sí de enorme fiasco, porque este proyecto se construyó con mucha chequera no solo para volver a las final four sino para ganarlas, para rebelarse ante la historia de la sección, tantas veces entre las cuatro mejores y tan pocas (solo dos) levantando el trofeo de mejor de Europa.

Nadie sabe tanto lo que es perder en el alféizar de la gloria como el Barça de baloncesto. Lo hizo en los ochenta y los noventa y lo sigue sufriendo en el siglo XXI. En el momento de saldar cuentas habrá que mirar al banquillo y a la pista. Nadie duda del carisma de Sarunas Jasikevici­us y de su ascendente sobre los aficionado­s, pero el pegamento del equipo no siempre termina de funcionar. En cuanto a la plantilla, hay mucha calidad, pero también bastante inconsiste­ncia, sobre todo desde el punto de vista psicológic­o. Se les quedó cara de tontos. No tienen defensa.n

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