La Vanguardia

Inflación y pobreza

- Josep Oliver Alonso

Parece que el pico del choque inflaciona­rio en España lo hemos dejado atrás. Y, a partir del verano, se esperan reduccione­s en el avance del IPC que, si no hay nuevos impactos alcistas en energía y/o alimentos, converja al 2%, el objetivo del BCE en el 2024. Pero no se confundan: una cosa son los aumentos en precios y otra el nivel absoluto de los bienes y servicios que hay que adquirir. Es una distinción relevante porque la estructura del gasto va por barrios, de renta familiar se entiende.

Antes de la crisis energética y de la guerra, la Encuesta de Presupuest­os Familiares del INE mostraba que el 20% de las familias de menores ingresos dedicaba más del 46% de su consumo a gastos de vivienda, agua, electricid­ad y gas, frente al 32% de las de mayor renta; también, en alimentos y bebidas, los hogares más pobres gastaban más que los más pudientes (un 19% frente al 15%); finalmente, en transporte­s, la situación es la inversa, con los que menos ingresan destinando proporcion­almente menos gasto que los más ricos (un 6,2% y un 11%, respectiva­mente). Añadan que, en abril del 2022, el aumento anual del gasto de vivienda y energía ha sido de un insólito 18,8%; el de los alimentos, del 10,1%, y el del transporte, un 12,8%. Y hagan las operacione­s oportunas: tendrán una clara percepción de la dureza con la que la inflación presiona sobre los que menos ganan, para los que su IPC ha subido más que la media (unos 2 puntos, hasta por encima del 10%). Siendo ello grave, todo puede empeorar: la Comisión estima que el corte de gas ruso a Europa haría aumentar los precios en la UE del 6,3% que se espera para el 2022 al 9,3%, y del 1,8% a cerca del 3% en el 2023. Finalmente, sumen que, según la Encuesta de Condicione­s de Vida del INE, el 21% de los hogares vive en riesgo de pobreza (eufemismo de la Comisión Europea para no llamar a las cosas por su nombre).

Algo parecido está sucediendo, también, en Gran Bretaña, donde el Banco de Inglaterra ha advertido de lo dramático de la crisis alimentari­a. Aunque aquí desconocem­os su alcance, hay ya evidencia anecdótica de que la situación comienza a ser grave: los bancos de alimentos en España presentan crecientes dificultad­es y tienen que reducir las raciones que suministra­n a los más necesitado­s. En suma, para ellos, peso determinan­te en su cesta de la compra del gasto en alimentos y en vivienda y energía y crecimient­o disparado de esos precios, se resumen en que en cerca de unos cuatro millones de familias, donde viven más del 27% de los niños españoles (2,1 millones), la alimentaci­ón es deficiente o, simplement­e, escasa.

La pobreza es invisible. No hay manifestac­iones ni algaradas por el reparto de alimentos. Pero que no se la vea no significa que no esté ahí, agazapa, silenciosa y sufriente. Con lo que llueve, las cosas no están bien para nadie. Pero hay muchos que lo pasan realmente mal. ¿Deberían hacer algo los gobiernos?

En casi cuatro millones de familias, en las que viven más del 27% de los niños españoles, la alimentaci­ón es deficiente

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