La púgil que derrota al machismo
“Ponte mejor estos guantes”, pide Valentín Lechuga. “¿Por qué?”, pregunta Esther Páez, Flechita. “Porque estos se ajustan con velcro, y esos otros con cordones”. Valentín, de 73 años, se rompió las manos boxeando en las categorías pluma, ligero, superligero y welter. Se retiró en 1992. Su nariz está intacta. Pero sus dedos no tienen sensibilidad para atar unos guantes.
Valentín y Flechita, de 52 años, la primera boxeadora profesional de España, son personajes reales, lo más parecido a la película Million dollar baby que verán jamás Barcelona y Nou Barris (pero con final feliz). En los años ochenta, cuando regentaba el Club Boxa Verdum, Valentín oyó hablar por primera vez de una cría que quería pelear. La apodaban Flechita.
Ella y su hermano, Christian, nacieron en una familia humilde.
Aquella madre que llevaba a su bebé al gimnasio en una canastita enseña hoy a gritar “¡Fuego!”
ESTHER PÁEZ, ‘FLECHITA’
La primera mujer que se subió en España a un ring como profesional da hoy clases de defensa personal a víctimas de malos tratos
Sus abuelos paternos y maternos, venidos de Málaga y Murcia, vivieron en las barracas de la playa del Somorrostro. “Mis abuelas recordaban que las olas entraban de noche y se llevaban las sartenes”. Sus padres, Lucas y Fina, se conocieron en la Via Favència, donde muchos de aquellos chabolistas estrenaron pisitos de 40 m2. Allí formaron una familia feliz.
Flechita, que acaba de recibir el premio Nou Barris por su trayectoria deportiva y su labor contra la violencia de género, siempre fue singular. Sus amigas jugaban con muñecas, pero ella recogía perros abandonados o se ensimismaba mirando hormigas. “¿Por qué te gustan tanto?”. “Por que querría ser como ellas”. “¡Tan pequeña!”.
Su padre y su hermano, que desgraciadamente han fallecido con muy pocos meses de diferencia, le enseñaron que no renunciara a nada por ser mujer. Creció con el convencimiento de que las mujeres pueden ser fuertes, aunque en un bloque con paredes de papel. Todo el mundo oía los gritos de una vecina por las palizas constantes de su marido. “Yo nunca dejaré que un hombre me pegue”.
Recuerda el día en que se enamoró. Bajaba hacia un sótano. Olía a cuero viejo y sudor. Un saco se bamboleaba. Ya sabía qué no quería ser. No quería ser débil. En aquel gimnasio de kickboxing, el KO Verdum, supo qué quería ser: boxeadora. Trabajó de madrugada como repartidora, como camarera, dependienta y vigilante. Pero fue, es y será boxeadora.
Enseguida brilló. “Peleas como un hombre”, le decían. “No, peleo como una mujer”. En 1994 tuvo una niña preciosa, Valeria. Se la llevaba en una canastita al gimnasio e interrumpía las sesiones para darle biberones o potitos. Se separó muy pronto de su pareja, Gabriel, aunque habla maravillas de él.
Hay que imaginársela. Rubia, ojos azules, guapa. Y ya era mamá. Muchos la aceptaban, pero como una mascota. Y ella decía que no, que quería ser una más. Tuvo que compensar con otras modalidades sus ansias de pelear y ganó en Sudáfrica el título mundial de kickboxing de la Isflechita KA (Asociación Internacional de Karate Deportivo, en inglés).
Boxear era complicado. No había rivales. La oportunidad llegó el 2 de septiembre de 1998. La Federación de Boxeo autorizó por primera vez una pelea femenina. Se celebró en Melillla: contra la rusa Anastasía Toktaulova. Ganó la rusa por los pelos, pero ella logró su mejor victoria y abrió la puerta del boxeo a las mujeres.
Recorrió medio mundo gracias al kickboxing, pero solo participó en otro combate de boxeo profesional. Fue una Penélope del cuadrilátero, siempre esperando. Nunca se rindió, ni siquiera cuando un conductor borracho la atropelló en el año 2000 y le destrozó la rodilla. Se retiró en el 2008, a los 39 años, “con la cara llena de cicatrices y una hija preadolescente”. Y sin saber qué hacer, como explica en su autobiografía: Memorias de una pionera del boxeo.
Se reconvirtió en preparadora física y abrió con su hija el Espai de Creació Valeria, donde imparte clases de baile y defensa personal. Es un icono de la lucha contra el machismo. Visita escuelas y centros cívicos predicando contra el machismo. Enseña a defenderse con objetos como un móvil, un bolígrafo o un paraguas. “En caso de necesidad, gritad ¡Fuego! Todo el mundo querrá saber qué arde. Si gritáis ¡Socorro!, no todo el mundo querrá saber qué pasa”.
El azar quiso que Valentín Lechuga abriera enfrente de su local un nuevo gimnasio, el Club Boxa Barcelona, donde ahora también ella ejerce de entrenadora y se ha reencontrado con el boxeo. Allí se hizo la foto del reportaje y allí late el corazón de una niña rebelde que decía que quería ser como una hormiga. “¿Tan pequeñita?”. “No, tan trabajadora, fuerte y decidida como una hormiga”.