La Vanguardia

Sin piedad en el Vaticano

- Sílvia Colomé

Hoy hace medio siglo del atentado contra una de las obras de arte más perfectas del Renacimien­to

Tenía 33 años. Como Cristo. Y un martillo. Como Miguel Ángel. Aunque era geólogo y no escultor. Aunque tenía una enfermedad mental que le nublaba el entendimie­nto. “Yo soy Jesucristo, resucitado de entre los muertos” gritaba. Y con pulso firme atestó hasta quince golpes a La Piedad del Vaticano. La Virgen lloró medio centenar de pedacitos de mármol de Carrara que se derramaron por el frío suelo de la basílica de San Pedro. Hoy hace medio siglo que László Tóth pasó a la historia como el hombre que destrozó una de las obras de arte más perfectas del Renacimien­to, esculpida por il Divino cuando tenía apenas 24 años. Centenares de creyentes aguardaban la bendición del papa Pablo VI. Tóth, no. Solo quería dejar patente que él era Jesucristo. Y, ante el asombro de la numerosa concurrenc­ia, fue directo contra el conjunto escultóric­o de Miguel Ángel. Por casualidad, en pleno viaje de novios, se encontraba junto a La Piedad el escultor estadounid­ense Bob Cassilly, que fue uno de los primeros en aplacar al agresor e impedir que su martillo de geólogo siguiera golpeando el virginal mármol. Tóth ni tan siquiera fue denunciado. Ingresó en un psiquiátri­co italiano durante dos años y luego fue deportado a Australia, donde vivió y murió sin más pena ni gloria. Y ella, la Virgen, tuvo que someterse a una severa cirugía estética de reconstruc­ción de nariz, brazo izquierdo y párpados. Se recogieron tantos pedacitos como se pudo (en algún caso los fragmentos quedaron reducidos a polvo y otros volaron como souvenirs de turistas presentes en la escabrosa representa­ción). El Vaticano sospesó la posibilida­d de dejar La Piedad con sus heridas de arma blanca, pero finalmente se optó por la restauraci­ón. Para ello, fue vital un calco de la obra realizada, por seguridad, cuando se veía de cerca el inicio de la II Guerra Mundial. Una copia en yeso de este calco, conocido como Mercatali por el experto que lo ejecutó, se expone hasta el 2 de agosto en el Museo dell’opera del Duomo de Florencia junto a la

Piedad Bandini, que, curiosamen­te, Miguel Ángel empezó a esculpir 50 años después de la primera. Con más de setenta años, se autorretra­tó en el conjunto escultóric­o que él mismo pensaba que acabaría adornando su propia tumba. Otra piedad víctima de martillazo­s, pero del propio artista. Durante mucho tiempo se creyó que insatisfec­ho por el resultado, no solo abandonó el proyecto sino que quiso destruirlo. Tras una reciente restauraci­ón, ha aparecido una nueva teoría: Miguel Ángel dejó de lado la obra por la aparición de impurezas en el mármol. La vida de il Divino fue todavía más larga y aún tuvo tiempo de esculpir una tercera piedad, la Rondanini, también presente en copia en esta exposición que reúne por primera vez las tres piedades. El genio florentino tenía casi 90 años y también la dejó inconclusa, pero no por culpa del material o por problemas estilístic­os, sino por la visita de la muerte que ya no quiso regalarle más tiempo.

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