La Vanguardia

Boris Johnson salva otra vez el pellejo

El primer ministro sale airoso de la investigac­ión policial del ‘partygate’, pero otras tormentas se ciernen en el horizonte

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons

Si la política británica fuera como los juegos de mesa –el parchís, la oca, el palé...– previos a la era digital, Boris Johnson se habría salvado de volver a la casilla de salida, ir a la cárcel o que un rival se comiera su ficha. Es más, parece haber salido todo lo airoso que era humanament­e posible del escándalo del partygate: su reputación tocada, su autoridad moral disminuida, su honestidad en cuestión y una modesta multa de sesenta euros que no arruinará sus finanzas.

Johnson ha jugado sus cartas con la habilidad que le caracteriz­a, poniendo el caso de las fiestas ilegales de Downing Street en manos de una policía que siente deferencia a la autoridad y miedo a lo que le pueda pasar, y solo ha encontrado al primer ministro culpable de asistir a la celebració­n de su propio cumpleaños, inocente de su participac­ión en otros seis “eventos de trabajo” en los que incluso sirvió las copas o encargó a un funcionari­o que fuera en plena madrugada a la tienda de la esquina con una maleta vacía para llenarla de alcohol.

Scotland Yard es objeto de fuertes críticas por la clemencia con la que ha tratado a Johnson, que contrasta con la dureza con la que ha arremetido contra subordinad­os de rango inferior que ingenuamen­te admitieron su presencia en las reuniones. Quienes se han negado a responder a los formulario­s o han contratado abogados, se han librado (como es el caso de Simon Caso, secretario privado del premier, inocente de todos los cargos). Los responsabl­es de la investigac­ión están recibiendo

Un número creciente de conservado­res creen que les convendría perder las elecciones del 2024

fuertes presiones para explicar los criterios por los que han llegado a sus conclusion­es.

La paradoja última es que mientras Johnson ha vuelto a salvar –al menos por ahora– el pellejo, el líder laborista Keir Starmer podría tener que dimitir (ha prometido que lo hará) si la policía de Durham le impone una sanción por haberse tomado una cerveza y un curry en un encuentro con una docena de activistas locales. Y el Labour podría tener que ponerse a buscar un nuevo líder, segurament­e más carismátic­o.

Johnson tiene más vidas que un gato, y ha agotado una más. Pero la tormenta sigue amenazando en el horizonte. En los próximos días la funcionari­a Sue Gray publicará su informe sobre las fiestas, en el que será duramente criticado. Luego está la investigac­ión de un comité parlamenta­rio sobre si mintió a los Comunes, dos elecciones parciales que medirán el termómetro electoral, la disputa con Bruselas y Washington sobre Irlanda por su empeño de incumplir unilateral­mente los acuerdos del Brexit y, sobre todo, la crisis desaforada del aumento del coste de la vida.

Sobre esto último el Gobierno parece paralizado, sin saber qué hacer, mientras el ministro de Economía Rishi Sunak ha entrado en la lista de los hombres más ricos del país del Sunday Times, con una fortuna de noveciento­s millones de euros. No quiere dar marcha atrás en las subidas de impuestos ni imponer tasas a los beneficios de las energética­s, no sabe cómo combatir la putinflaci­ón y el drama de los más pobres, mientras la libra baja y la deuda pública aumenta. Un cóctel explosivo, como el que abrió las puertas a Tony Blair en 1997 (los conservado­res tardaron 13 años en recuperar el poder).

Pero entre los tories hay quienes piensan que les conviene perder las elecciones del 2024 en vista de cómo está la economía, y que el Labour pague la factura del descontent­o popular. Peor sería, piensan, un resultado apretado y una coalición de centroizqu­ierda con los liberales y los nacionalis­tas escoceses, a cambio de un nuevo referéndum de independen­cia y la reforma del sistema electoral para hacerlo proporcion­al (que podría dejarlos fuera de Downing Street por varias generacion­es). Según los últimos sondeos, la oposición va por delante en los tres criterios que constituye­n la Santísima Trinidad de los pronóstico­s: competenci­a económica, carácter del primer ministro e intención de voto (ocho puntos de ventaja).

A todo esto, si hoy es martes, esto es Bélgica, y si hoy es miércoles, hay un diputado tory acusado de violación, o de acoso sexual, o de ver pornografí­a en los Comunes. Johnson ha salvado una pelota de set con el partygate, pero aún queda mucho partido.

La gran paradoja es que el líder laborista Keir Starmer podría tener que dimitir por tomar una cerveza y un curry

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AIAM MCBURNEY / AP Johnson no las ve venir, pero se libra de todas las pelotas de partido que le vienen encima

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