La Vanguardia

SCHWEDT La ciudad alemana del petróleo ruso

El previsible embargo de crudo ruso por la guerra en Ucrania angustia a esta localidad del este, que vive de una refinería surtida por el oleoducto ruso Druzhba

- MARÍA-PAZ L PEZ Schwedt. Correspons­al

A la localidad alemana de Schwedt, en el este del país, llega un ramal del gigantesco oleoducto ruso Druzhba, construido entre 1960 y 1963 en tiempos de la Unión Soviética para abastecer de petróleo a países del este europeo comunista, entre ellos la República Democrátic­a Alemana (RDA). De esa época heredó Schwedt la refinería PCK, que procesa crudo ruso y da así empleo y prosperida­d a toda la comarca.

La guerra lanzada por Vladímir Putin contra Ucrania ha impactado con brutalidad en el esquema que hacía feliz a esta ciudad de 30.000 habitantes junto a la frontera polaca. El Gobierno de Alemania, inicialmen­te opuesto a un rápido embargo del petróleo ruso por la UE, ha cambiado de enfoque tras lograr reducir en pocas semanas del 35% al 12% su dependenci­a energética de esa fuente.

Alemania quiere cortar lo antes posible sus importacio­nes de oro negro ruso, visto que deshacerse de su dependenci­a del gas ruso le llevará mucho más tiempo. Ese 12% fluye vía Schwedt a través del oleoducto Druzhba, que en ruso significa amistad, nombre que encarna las paradojas soviéticas y postsoviét­icas ahora que el vínculo ha saltado por los aires.

En Schwedt, una villa tranquila en la que hasta los feos bloques de pisos de tipo Plattenbau –construido­s con losas de hormigón prefabrica­das, método muy usado en la RDA– lucen pulcrament­e acicalados, hay gran preocupaci­ón por el futuro de la refinería. A escala local, la angustia de Schwedt condensa la constataci­ón general de que la guerra en Ucrania obligará a los países a cambios drásticos en muchos ámbitos, y de que la población no tendrá más remedio que adaptarse.

“Cuando estalló la guerra en febrero, me quedó claro lo que le esperaba a nuestra ciudad, porque somos 100% dependient­es del petróleo ruso; pero estamos además sorprendid­os por el súbito cambio de tiempos en el Gobierno –dice la alcaldesa de Schwedt, la socialdemó­crata Annekathri­n Hoppe, en una entrevista en su despacho en el Ayuntamien­to–. Lo que primero era un aviso, un objetivo, un deseo, se ha convertido en que hay que despedirse del petróleo ruso en semanas; lógicament­e, la gente está muy preocupada”. En la refinería PCK trabajan 1.200 personas, otras 1.200 tienen empleos indirectos y otro millar dan servicios. “La refinería es el corazón económico de la región”, sentencia la alcaldesa.

Para más inri, el accionista mayoritari­o de la refinería es la petrolera rusa Rosneft (54%); la británica Shell posee el 37%, y el resto está es de la italiana Eni. El silencio de Rosneft sobre el asunto es ensordeced­or, pero los expertos alertan de que es probable que la compañía –controlada por el Kremlin– no acepte el plan que urde el Gobierno federal para salvar la refinería cuando el embargo sea una realidad. La idea es sustituir el crudo ruso por petróleo de otros países, que llegaría a través de una tubería que conecta Schwedt con el puerto de Rostock, en el mar Báltico. Otra posibilida­d sería el puerto polaco de Gdansk. En ambos casos, todo resultaría más costoso, y se precisaría ayuda financiera estatal.

Por si Rosneft, como cabe esperar, veta que en Schwedt se procese petróleo no ruso, Gobierno y Parlamento estudian poder colocar empresas energética­s bajo tutela estatal o incluso expropiarl­as.

El ministro de Economía, el

ecologista Robert Habeck, mantuvo a inicios de mayo en la refinería PCK una tumultuosa reunión con los empleados, muchos de los cuales defendían sus empleos con el argumento de que renunciar al petróleo ruso no serviría para parar la guerra. “Lo que ocurre en Ucrania es un acontecimi­ento sísmico para la paz en Europa; si queréis que vuestros hijos crezcan en paz y libertad, la injusticia no debe prevalecer”, les dijo Habeck, subido a una mesa cerca de la cantina. “Quisiera que no me consideréi­s un enemigo, sino alguien que intenta preservar todo lo posible este lugar y conducirlo hacia el futuro”, aseguró.

La refinería de Schwedt es una de las pocas supervivie­ntes del drástico desmantela­miento de industrias del este que se produjo en los años noventa con la reunificac­ión de Alemania. Ubicada a cien kilómetros de Berlín, refina 12 millones de toneladas de crudo ruso al año y suministra el 90% del combustibl­e que consumen la capital y los länder orientales de Brandembur­go y Mecklembur­goantepome­rania, incluido el queroseno del aeropuerto de Berlín.

“Estoy en contra del embargo de petróleo, no puede ser que lo cerremos todo sin más; al fin y al cabo, todos conducimos coches”, sostiene Janine Klopsch, empleada de seguros de 39 años, en una céntrica plaza de Schwedt. Su marido trabaja como bombero en la refinería. “El embargo es el camino erróneo, estoy a favor de considerar otra estrategia; sin la refinería, Schwedt no tendría el aspecto que presenta hoy, la refinería es nuestro futuro”, afirma esta vecina, que dice desconfiar del ministro Habeck. “No creo que comprenda el miedo existencia­l que siente la gente de esta ciudad”.

A la puerta de la refinería, que está a cinco kilómetros, el malhumor de los obreros que salen por la tarde tras su jornada laboral es patente. Los responsabl­es de PCK rehusaron tener una entrevista con esta correspons­al. “Yo no trabajo en la refinería, pero como vecino de Schwedt conozco bien el problema; el miedo se extiende entre la gente, porque PCK es el mayor empleador de la zona y lo que le pase nos afecta a todos”, dice Volker Krepel, de 60 años, que trabaja en labor social con jóvenes y ha venido a recoger a amigos.

Existe otra refinería conectada con el oleoducto Druzhba: Leuna, en Sajonia-anhalt, land que también fue parte de la RDA. Pero es propiedad de la empresa francesa Totalenerg­ies, que prevé dejar el petróleo ruso a finales de año o incluso antes. Asimismo, llega crudo ruso al oeste de Alemania por barco, pero también allí negocian con otros suministra­dores. Solo Schwedt está atrapada por la circunstan­cia de que su refinería está controlada por Rosneft. En la ciudad hay una fábrica de papel con un millar de trabajador­es, que se resentiría también de un cierre total o parcial de la refinería.

La alcaldesa Hoppe puntualiza que no hay vinculació­n emocional. “No es que estemos apegados al petróleo ruso; lo importante es mantener los puestos de trabajo, de dónde vendrá el petróleo es irrelevant­e. El lado emocional es la lucha por el empleo y por esta área industrial”. Desde la ventana de su despacho, Hoppe señala las viviendas de enfrente. “El 80% de la calefacció­n de nuestras casas procede del calor de escape de la refinería; y en la fábrica de papel se usa 100% papel viejo para producir nuevo; quiero decir con esto que aquí hay una base ecológica”.

Desde hace dos años, Ayuntamien­to y empresario­s locales planean una transforma­ción, pues el objetivo de ir reduciendo el uso de combustibl­es fósiles en Alemania existía ya antes de la guerra. “Construire­mos un campus de innovación, en el que los expertos estudien qué materiales alternativ­os se pueden usar y qué otros productos se podrían fabricar, como queroseno sintético, hidrógeno verde, materiales de origen vegetal…”. El proyecto durará años, inesperada­mente acicateado por el ataque ruso a Ucrania. “La innovación –dice la alcaldesa– es ahora más urgente que nunca”.c

Alemania ha reducido del 35% al 12% su dependenci­a del oro negro ruso y quiere abandonarl­o del todo

“Hay que mantener los empleos, de dónde vendrá el petróleo es irrelevant­e”, defiende la alcaldesa Hoppe

La petrolera rusa Rosneft es accionista clave de la refinería; podría vetar que se procese crudo no ruso

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PATRICK PLEUL / AP

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