La Vanguardia

Lo incontrola­ble

- Francesc-marc Álvaro

El maestro Graham Greene lo denominó “el factor humano” y aquí lo llamaremos “lo incontrola­ble”. ¿Qué sería una historia sin algo que alterara completame­nte el curso regular de las cosas? Estamos asistiendo, ahora mismo, a un

reality show de tintes regios que certifica lo poco que sirven las estrategia­s, las previsione­s y las hojas de ruta cuando salta eso que únicamente depende del carácter y la voluntad, por no decir de la real gana de alguien. Entre Berlanga y Tarantino, entre Jardiel Poncela y Samuel Beckett, la actualidad que pasa por Sanxenxo se ha cargado todos los guiones que partían de la teoría del fusible o cortafuego­s, según la cual el reflote del prestigio de la Corona exigía hacer un foso enorme (y lleno de cocodrilos) entre el que fue y el que ahora es máximo responsabl­e de la institució­n.

Estamos en una ópera cuyo libreto desconocen sus actores, en la apoteosis de una improvisac­ión que se está desarrolla­ndo a partir de las emociones hábilmente animadas por algunos, las proclamas solemnes en escogidas tribunas mediáticas, el tacticismo oportunist­a de ciertas siglas y la economía de gestos escrutados obsesivame­nte por los árbitros de las adhesiones inquebrant­ables. Estamos en una representa­ción a gran escala que discurre sin director alguno, para solaz de la prensa del corazón y la otra, para jolgorio y pasmo del pueblo llano (al que gusta comprobar que nada está asegurado) y para desazón infinita de jefes de gabinete, asesores y consejeros de la Moncloa y la Zarzuela.

Atónita y cariaconte­cida, la historia contempla la historieta, y confirma que el orgullo (herido) siempre vence a la vanidad y al interés general, del mismo modo que el galope de la pasión rompe las razones más enjundiosa­s, que fueron trazadas con tiralíneas de cartógrafo y ejecutadas con el bisturí más delicado de la cirugía de Estado. Lo incontrola­do –de ahí el amor y la guerra– toma asiento en la realidad, y el vértigo crea un vendaval en los salones del poder. El desafío rompe las artes de los duchos en comunicaci­ón de crisis y los planchista­s reputacion­ales.

Si esta fábula tan colorista no tuviera que ver con todo lo contrario de la ejemplarid­ad pública, la buena gente (que paga impuestos, cumple las normas y calla) incluso podría disfrutar del retablo que se nos ofrece. Va a ser que no.c

El orgullo (herido) siempre vence a la vanidad y al interés general

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