Bilbao celebra su ‘milagro’
El ‘efecto Guggenheim’ cumple 25 años entre el orgullo por lo logrado y la expectativa por el futuro
La presentación de los primeros esbozos del Guggenheim Bilbao llegó acompañada de comentarios irónicos en torno a la imposibilidad de materializar un proyecto tan vanguardista en una ciudad en declive, chanzas alrededor de lo que parte de la prensa local denominaba “la ciudad de las maquetas” y una considerable oposición política. La crisis industrial hacía estragos en el Bilbao metropolitano, el pesimismo invadía el clima sociopolítico y, desde luego, nadie sospechaba que en la cabeza de Frank Gehry bullía uno de los edificios icónicos del siglo XX. Un cuarto de siglo después, los bilbaínos no se imaginan la ciudad sin la catedral de titanio y honran a su arquitecto con un puente situado en la antesala del nuevo espacio de transformación de Bilbao.
El Museo Guggenheim afronta la celebración de sus bodas de plata con un programa de actos que ya ha echado a andar y que tendrá su punto culminante en el mes de octubre. En paralelo, Bilbao aprovecha el aniversario para hacer un ejercicio retrospectivo que le recuerda de dónde viene y que marca la mirada de futuro.
Aunque ampliamente investigado, el efecto Guggenheim ha de
jado en la opinión pública algunas conclusiones simplistas sobre los factores que lo propiciaron. Jon Leonardo Aurtenetxe, catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto, ha analizado en algunas publicaciones este fenómeno. Su conclusión es clara: el Guggenheim funcionó porque existía un plan. “El Guggenheim es la guinda de un proyecto de rehabilitación de la ciudad en el cual a lo largo de 20 años se asiste a una frenética inauguración de proyectos. Funcionó porque ese planteamiento se llevó a cabo de una manera rigurosa y eficaz. En ese contexto, el museo aportó un edificio único, con la firma de Gehry y la marca Guggenheim, lo que permitió internacionalizar el nuevo Bilbao”, indica.
Leonardo ve clave el papel que desempeñaron las instituciones, remando en contra de una parte de la opinión pública. Desde su óptica, el también conocido como efecto Bilbao tuvo mucho que ver, por supuesto, con la genialidad de Gehry o la valentía de Thomas Krens, director entonces de la Fundación Guggenheim, pero
también con la visión de un reducido grupo de cargos públicos que luchó contra viento y marea para sacar adelante el proyecto.
Jon Azua, vicelehendakari y consejero del Gobierno vasco en aquellos años, fue una de aquellas figuras clave. Recuerda un contexto de “terrorismo asfixiante”, una crisis económica en la que
aún se mezclaban los efectos de la crisis energética global con la reconversión de las industrias clave en Euskadi y un “desánimo general”. Aquel escenario obligó a las instituciones vascas a poner en marcha una “investigación aplicada a lo urgente”, según recuerda, y fueron capaces de detectar una oportunidad: la Fundación
Guggenheim miraba a Europa desde la caída del muro de Berlín, pero su primera opción, Salzburgo, no prosperó.
“Al principio nos miraban como a extraterrestres, pero les explicamos que no íbamos a por el Guggenheim como un proyecto salvador de todo, sino que estábamos inmersos en una estrategia de desarrollo económico, internacionalización y modernización. Nos visitaron y vieron que sabíamos lo que hacíamos”, explica .
Lo que parecía una quimera se convierte pronto en una realidad que superó todas las expectativas. En apenas tres años se recupera la inversión pública inicial y en estos 25 años se han registrado casi 24 millones de visitas, alrededor de un 65%, de extranjeros. A la inauguración del museo le sigue un goteo de aperturas de hoteles, grandes firmas, rodajes de películas o reconocimientos internacionales, y se pasa del “escepticismo en determinados sectores de la sociedad a un optimismo generalizado”, en palabras de Jon Leonardo.
La inhóspita y gris ciudad industrial transformó su imagen con el Guggenheim como emblema y acicate. “El resultado económico es incuestionable, pero es más importante aún la cantidad de intangibles que ha aportado. En un momento en el que estábamos hundidos fue clave para recuperar la autoestima de Bilbao, del País Vasco, y para creer en otros proyectos que llegarían después. Nos ha permitido recuperar nuestra imagen, situarnos en una red de dimensión internacional y ver que todo proyecto viable es posible, que debemos aspirar de nuevo a la vanguardia sin perder las raíces”, señala Azua.
Es ahí donde este relato influye en el presente. El puente Frank Gehry da la bienvenida a una península transformada en isla de la mano de la arquitecta iraní Zaha Hadid, el futuro en ciernes del nuevo Bilbao. El porvenir del museo, sin embargo, se dibuja hacia la reserva de la biosfera de Urdaibai. Allí, en la ría de Gernika, la conocida como “ampliación discontinua” deberá hacer compatible el proyecto museístico con el respeto a un entorno natural protegido. Un nuevo reto que, en medio de la celebración por esos 25 años, busca prolongar el idilio entre el Guggenheim y Euskadi.c
Jon Azua, figura clave en la operación, subraya que Bilbao recuperó la autoestima con el Guggenheim
La ampliación en la biosfera de Urdaibai es ahora la apuesta estratégica de los gestores del museo