Universidades y mártires
Imanol Uribe ha estrenado Llegaron de noche, una película que nos acerca a la noche del asesinato de seis jesuitas y de Julia y Celina Ramos. Fue en el campus de la Universidad Centroamericana (UCA) de San Salvador el 16 de noviembre de 1989. Dicen que la sangre de los mártires es la semilla de nuevos cristianos; en mi caso, la sangre de los mártires jesuitas fue la semilla de un nuevo jesuita: entré en el noviciado en octubre de 1990, influido por aquel acontecimiento. Y en verano del 2003 confirmé mi vocación rezando en el jardín de las rosas: el lugar donde fueron encontrados los cuerpos de estas víctimas.
Estos asesinatos establecieron una conexión anormal entre universidad y martirio. Normalmente en las universidades se dan clases y se investiga. Y normalmente los mártires acaban sus vidas en barrios pobres, en cárceles o en caminos rurales remotos. Pero ellos murieron en el campus de la UCA, y Ellacuría era su rector.
La paradoja se puede explicar a partir de la reciente historia jesuita. En 1975 los delegados de los jesuitas de todo el mundo reunidos en Roma formularon la misión de la Compañía de Jesús como “el servicio de la fe y la promoción de la justicia”. Normalmente esta formulación habría alejado a los jesuitas de las universidades, pero no fue así. Y es que fuimos entendiendo que en el mundo contemporáneo tanto el servicio de la fe como la promoción de la justicia necesitaban a las universidades. El P. Peter Hans Kolvenbach (superior general de los jesuitas entre 1983 y el 2007) nos señaló la necesidad de trabajar para transformar nuestras universidades al servicio de esta misión. Kolvenbach repitió con entusiasmo que deben formar “hombres y mujeres para los demás”: personas profundamente competentes, conscientes, compasivas y comprometidas. Pero las universidades jesuitas están llamadas también a desplegar su capacidad de incidencia para fomentar la igualdad y la dignidad efectiva de toda persona. Una incidencia no basada en argumentos ideológicos que enmascaran la connivencia de intereses particulares sino en una investigación rigurosa que implica organizaciones y agentes sociales en el amor a la verdad y la justicia.
Es esto lo que hacían los jesuitas en la UCA: en tiempo de guerra civil habían hecho de la universidad un lugar de diálogo y negociación para fomentar la justicia y la paz en El Salvador. Esto les hizo mártires de los que “llegaron de noche” defendiendo intereses particulares inconfesables. Y es al servicio de la verdad y la justicia que Lucía Barrera (interpretada por Juana Acosta en Llegaron de noche), testigo de los asesinatos, soportó en Miami las presiones para tergiversar lo que realmente ocurrió.
Adoptar esta perspectiva representa un considerable reto, no exento de dificultades. Nos lo ha señalado también en varias ocasiones el actual superior general de los jesuitas, el P. Arturo Sosa. “Declararse herederos de la tradición educativa de la Compañía de Jesús no es suficiente”, nos ha dicho. “La auténtica fidelidad es la que se manifiesta a través de respuestas novedosas a los retos de los tiempos actuales”. Educación, incidencia e investigación son tres dimensiones que aparecen en las formulaciones de muchas universidades de la Compañía de Jesús. Hoy en los cinco continentes, en torno a 150.000 profesores y personal no docente afrontamos este reto al servicio de un millón de alumnos. Con conflictos internos que nos recuerdan la continua necesidad de conversión de corazón; y con resistencias exteriores que nos impulsan a una pacífica y tenaz tarea de poner luz sobre estructuras de injusticia y encontrar caminos transitables de fraternidad. Inspirados por el coraje de tanta gente sencilla como Lucía que no se dejan abatir y testimonian la verdad. Inspirados por Ellacuría y sus compañeros, que creían firmemente que “la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla” (Juan 1, 5)
Las universidades de la Compañía de Jesús atienden a un millón de alumnos