La Vanguardia

Heterodoxo y tremendist­a

MIGUEL BÁEZ ‘LITRI’ Torero (1930-2022)

- PACO MARCH

Nació en Gandía, de donde era su madre, hijo de dinastía torera (abuelo, padres, hermanos), pero decir Litri es decir Huelva , donde creció, se hizo torero, fue ídolo e hijo ilustre de la ciudad y se estableció, junto a las playas atlánticas. Allí, una vez retirado definitiva­mente (fueron varias las veces en que hizo un alto en su carrera), cultivaba la amistad y era reconocida su afición culinaria. Con 91 años, murió el 18 de mayo de forma repentina en su domicilio de Madrid. Era, junto a su gran compañero y rival Julio Aparicio, con quien revolucion­ó el toreo en las décadas de los cincuenta y sesenta, el decano de los toreros.

Litri fue un heterodoxo, él mismo se definió como tremendist­a, con el valor por bandera. Pero no fue con Chamaco –ídolo de Barcelona en esos años, torero también onubense y de concepto similar–, con quien rivalizó en los ruedos sino con Julio Aparicio. Heterodoxi­a frente a clasicismo, una combinació­n que enloqueció a los públicos y que tuvo en València, donde ambos tomaron la alternativ­a el 12 de octubre de 1950, de manos de Joaquín Rodríguez Cagancho, una de sus plazas preferidas.

Hasta llegar a esa fecha, Litri ya había toreado gran cantidad de novilladas en las temporadas precedente­s (nada menos que 114 en 1949) yen todas ellas suplíasus limitacion­es técnicas con un arrojo apabullant­e, base de su personalid­ad. Valor y entrega y, en correspond­encia, entregada respuesta de los públicos.

Confirmada la alternativ­a en Madrid en 1951, viajó –sin suerte– a México y en 1952 toreó gran cantidad de festejos en España, entre ellos el 18 de mayo en la Monumental de Barcelona, donde sufrió una grave cornada. A finales de esa temporada y por sorpresa anunció que dejaba los ruedos y no volvió a vestirse de luces hasta 1955, y en los años siguientes alterna las plazas americanas con las españolas, siempre con su toreo agónico, despojado de ventajismo­s. En 1959, siendo una auténtico héroe popular –los toreros gozaban entonces de tal condición–, rodó la película biográfica El Litri y su sombra (dirigida por Rafael Gil), un éxito en taquilla.

No volvió a torear hasta 1963, y en las temporadas sucesivas lo hizo con altibajos en cuanto a contrataci­ones (alguna tan sorprenden­te, por el lugar, como la de febrero de 1971 en Las Palmas de Gran Canaria), al tiempo que se vuelca con su ganadería (con sangre de Bohórquez y Urquijo).

Fue precisamen­te tras su actuación en Las Palmas cuando decide abandonar definitiva­mente los ruedos, aunque volvió a torearen 1984 en la re inauguraci­ón del Coso de La Merced, de su querida Huelva, en dos festejos, uno alternando con Curro Romero y Pepe Luis Vázquez y seis días después, en la misma plaza, para darla alternativ­a a sebastián Borre ro C hamaco, hermano de Antonio.

Aún habría una ocasión más: el 26 de septiembre de 1987 en Nimes, Miguel Báez Espuny, ya con 57 años, se enfundó el chispeante traje de luces –ahora sí por última vez –para dar la alternativ­a a su hijo Miguel Báez Espínola (sería el inicio de una carrera también fructífera) en un festejo en que el gran Paco Camino hizo lo propio con su hijo Rafael (trayectori­a, en su caso, de menor relevancia que la de su compañero de ceremonia).

Miguel Báez Litri, queda dicho, fue un torero popular, lejos de las exquisitec­es de los puristas en una España que aún no había llegado a los planes desarrolli­stas, necesitada de héroes populares, y los toreros lo eran más, mucho más que los futbolista­s. Aquel diestro enjuto y de nariz aguileña inventó “el litrazo” una suerte del toreo que solo él era capaz de interpreta­r y que resumía su tauromaqui­a, si es que esta existía como tal.

“El litrazo” servía para dar la apertura a la faena. El torero, en los medios, citaba al toro, que esperaba a 20 metros, la muleta en la mano izquierda, escondida tras la espalda. El público asistía a la escena con los corazones acelerados y Litri llamaba ¡je, toro, je! al tiempo que daba un saltito para que el animal fijara su mirada en él. Y hacia él se arrancaba, con toda su fuerza. Silencio total que era bramido de alivio cuando, llegado el toro al último momento del embroque, la muleta del torero frena en seco la embestida y la fuerza bruta queda reducida, subyugada al poder y la inteligenc­ia, al valor inconmensu­rable. A partir de ahí, pues eso, redondos, naturales, molinetes…

Miguel Báez Litri se ha ido y ahora queda, solo en su decanato torero, Julio Aparicio, compañero de tantas tardes, tantas glorias.

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MIGUEL VÁZQUEZ / EFE

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