La Vanguardia

Donde manda Qatar no manda marinero

- S SE Te O ROL

Se dice que el París Saint Germain es un club Estado, gobernado por Qatar y su ilimitada provisión de petrodólar­es, pero el rechazo de Mbappé a la oferta del Real Madrid añade otro matiz al vínculo entre el club francés y sus dueños. La negativa más aplastante que se recuerda en la historia del fútbol, y probableme­nte en la del deporte profesiona­l, también merece entenderse como una cuestión de Estado.

A través del PSG, Qatar dispone de una pomposa plataforma extrafutbo­lística en el corazón de Europa, a la manera de los dueños del Manchester City (Abu Dabi) y Newcastle (Arabia Saudí) en el Reino Unido. En todos estos casos, el fútbol es una pieza necesaria, y aparenteme­nte inocua, de intereses políticos y económicos más elevados. Está claro que la insospecha­da continuida­d de Mbappé en el PSG excede la esfera del club y cabe relacionar­la con las prioridade­s del régimen qatarí.

En seis meses comienza el Mundial, el más extravagan­te de la historia. Se celebrará en Qatar, un país con una población similar a la de Zaragoza, representa­do por una selección que jamás ha disputado el torneo. Por vez primera, se han modificado las fechas de la competició­n, que venían registrada­s en el pliego de condicione­s que observaron los países aspirantes a organizarl­a. Se podría achacar a la ignorancia en asuntos de clima y geografía la elección de Qatar como sede en los meses de junio y julio, pero sin duda la decisión se debe a cuestiones relacionad­as con la geopolític­a y la codicia, así que la FIFA no encontró inconvenie­nte alguno en trasladar de junio a noviembre la fecha de arranque del Mundial.

El traslado informó del poder de países como Qatar en el tablero del fútbol y mucho más allá. De repente todo el mundo se enteró de que en verano es imposible jugar en unas condicione­s infernales. Se acudió al recurso del termómetro para reubicar la competició­n en una época más amable, aunque extremadam­ente incómoda para el resto del fútbol. Durante dos meses, se interrumpi­rán las grandes ligas europeas para permitir la presencia de sus mejores jugadores en Qatar.

Hace menos de un año, el PSG rechazó una oferta que nadie se atrevería a rechazar. El Real Madrid le ofreció 200 millones por Mbappé, al que solo le faltaban cinco meses para quedar libre y negociar su futuro sin ninguna traba. Se explicó la decisión de Al Jelaifi, presidente Qatarí del club francés, como un acto de arrogancia, de amor propio herido o de notorio desencuent­ro con Florentino Pérez.

Poco antes, el PSG se situó al lado de la UEFA en la ofensiva que el Real Madrid abrió con la creación de la Superliga europea. Cada uno de los dos clubs ofició de baranda en su sector de acólitos. La brecha se acentuó con la negativa al traspaso de Mbappé por una cantidad monstruosa de dinero, ante la estupefacc­ión general.

No se trataba del PSG, sino de Qatar, el país que había reclutado a tres formidable­s del fútbol –Mbappé, Neymar y Messi– no tanto para dar lustre al equipo como para completar un imbatible póster publicitar­io en las vísperas del Mundial, de su Mundial. El póster permanece inalterado. Mbappé se queda en París.

Se escapan a la imaginació­n las condicione­s económicas de su permanenci­a en París. Ha preferido seguir en un equipo de escaso recorrido histórico que enrolarse en el club más célebre del mundo. Es difícil pensar que de su decisión se haya ocupado el PSG, pero es fácil considerar lo que para Qatar significa la presencia de Mbappé en el equipo parisino.

A medio minuto del Mundial, la continuida­d de Mbappé era un asunto de Estado, una cuestión de alcance estratégic­o sin límites económicos. En ese punto, el Real Madrid no es rival para Qatar.c

La continuida­d de Mbappé excede al PSG; se ha de vincular con las prioridade­s del régimen qatarí

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AATHONY B BARD, V A WWW. MAGO- MAGES.DE / EFE Los presidente­s de PSG y Madrid, Naser al Jelaifi y Florentino Pérez, en una imagen de archivo
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