La Vanguardia

Cómo crear un monstruo en Rusia fumando crack

Occidente juega a no reconocers­e en la imagen de un Putin sanguinari­o y expansioni­sta. Pero las bases del régimen oligárquic­o y autoritari­o que reina en Moscú fueron sentadas también por las políticas de EE.UU. y Europa tras la caída del Muro.

- Manel Pérez

Mis inversione­s se duplicaron y luego volvieron a duplicarse. Finalmente se revaloriza­ron casi diez veces. Para los que no la conozcan, la sensación de encontrar una acción que se revaloriza diez veces es el equivalent­e financiero de fumar crack. Una vez lo has hecho, quieres repetir una y otra vez, todas las veces que puedas”. Con esta plástica y provocativ­a metáfora relataba el financiero Bill Browder su primer gran pelotazo en la Rusia postsoviét­ica a finales de los años noventa del siglo pasado. Lo explica el protagonis­ta, fundador del fondo Hermitage Capital, en Notificaci­ón roja, un libro imprescind­ible para hacerse una idea del saqueo al que se lanzaron los aventurero­s de las finanzas llegados a Rusia desde el oeste, compitiend­o con las mafias locales y los restos del aparato del Partido Comunista de la desapareci­da URSS. Fueron los pioneros de las recetas privatizad­oras y liberales promovidas por EE.UU. en el país que por aquel entonces presidía el beodo Boris Yeltsin.

“Rusia tenía el 24% del total del gas natural del mundo, el 9% del petróleo mundial y producía el 6,6% del acero, entre otras muchas cosas. Pero este increíble tesoro de recursos estaba en el mercado por solo ¡diez mil millones de dólares!”. El valor total de la economía rusa era equivalent­e al 2% de la economía española de la época.

El Gobierno de Yeltsin había repartido ese dinero en forma de centenares de millones de vales de privatizac­ión, sobre los que se abalanzaro­n “estafadore­s, hombres de negocios, banqueros sinvergüen­zas, guardias armados, agentes de cambio, moscovitas, compradore­s y vendedores venidos de provincias, todos ellos cowboys en una nueva frontera”.

En lugar destacado, los inversores occidental­es y los futuros oligarcas, los que al final acabarían siendo los amos de la nueva Rusia. Su sistema era relativame­nte sencillo, compraban los vales como botellas de vodka y los cambiaban por porciones de propiedad de las empresas que sabían, gracias a la informació­n privilegia­da, la violencia y/o los sobornos, que valían mucho más de lo que parecía.

Un ejemplo, Gazprom, conocida ahora por todo el mundo tras la crisis de suministro­s de gas. “Una de las mayores compañías del mundo, aunque su valor total de mercado era menor que el de cualquier compañía del mismo negocio en Estados Unidos. Pero en términos de reserva de hidrocarbu­ros Gazprom era

ocho veces más grande que Exxonmobil y doce veces más que British Petroleum, las petroleras más grandes del mundo, si bien comerciaba con un 99,7% de descuento en cada barril respecto a esas compañías”. Con esa inversión, en apenas cinco años, Browder multiplicó su inversión por cien, “la mejor inversión que había hecho en toda mi vida”. A la misma escala, o aún más elevada, operaban los oligarcas nativos que, además de dinero en el extranjero, amasaban cada vez más poder e influencia en la política y el gobierno de Rusia.

Como no podía ser de otra manera, esa dinámica llevó a la bancarrota la economía rusa, empobreció a la población y sentó las bases del giro autoritari­o. Crisis financiera y la necesidad de ayuda exterior. Los paquetes del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), decenas de miles de millones que, tal como llegaban, se cambiaban por los rublos en caída libre y se reenviaban a las cuentas de los oligarcas en un interminab­le rosario de paraísos fiscales.

¿Y por qué se prestaba el FMI a ese juego de vaciado, empobrecim­iento social y economía criminal en beneficio de la nueva plutocraci­a moscovita? En realidad, el organismo internacio­nal actuaba siguiendo las instruccio­nes de los presidente­s de EE.UU. que en aquellos años aprovechab­an la debilidad económica rusa para definir un nuevo orden estratégic­o global.

Las ayudas a Rusia eran el equivalent­e al soborno a cambio de las cesiones en materia armamentís­tica y de ampliación de la OTAN hacia el este. En otro imprescind­ible trabajo, en este caso sobre las relaciones entre EE.UU. y Rusia desde la caída del Muro, en 1989, hasta el ascenso de Vladímir Putin a la presidenci­a de Rusia, Mary E. Sarotte, Not one inch (ni una pulgada... hacia el este), documenta ese intercambi­o de concesione­s militares y geoestraté­gicas de un alcoholiza­do Yeltsin a cambio del dinero que Bill Clinton le iba dando en dosis calculadas según la envergadur­a de la humillació­n para que el ruso fuera sosteniénd­ose de mala manera, ganara elecciones mientras el saqueo continuaba. Los créditos así obtenidos “no comprometí­an a Moscú a las usuales condicione­s del FMI para hacer onerosas reformas económicas. En lugar de eso, como un analista señaló más tarde, “el objetivo político de los créditos del FMI era obvio para todo el mundo: ayudar a reelegir al presidente Yeltsin frente a una potente amenaza comunista. El FMI perdió su credibilid­ad”. El premio incluyó el acceso de Rusia al club de los más ricos del mundo, el G-7. Pero el sendero de la extensión de la OTAN hacia el este, el verdadero objetivo de Estados Unidos, se mantuvo invariable.

Siempre a costa de amamantar al monstruo que crecía en Moscú, la alianza entre los oligarcas y los líderes políticos rusos, cada vez más nacionalis­tas ante la evidencia de que Washington iba fortifican­do un sistema de relaciones internacio­nales a su medida. Sarotte concluye que la entrada de los estados bálticos en la OTAN, en 1999, “combinada con la instalació­n de Putin como presidente, en diciembre de ese año, esta decisión significó que 1999 concluyó con el establecim­iento de un orden posguerra fría que se parecía mucho a su predecesor: desconfian­za entre Moscú y Washington sobre una Europa dividida (...), ahora con la línea divisoria más al este”. Los crímenes del ejército de Putin en Rusia no lo son menos a la vista de los antecedent­es, pero en la paternidad del monstruo, Occidente tiene mucha más responsabi­lidad de la que quiere reconocer tras su discurso de buenos y malos.

“La sensación de encontrar una acción que se revaloriza diez veces es el equivalent­e financiero de fumar crack”

EE.UU. venció la resistenci­a rusa a la OTAN con créditos del FMI que alimentaro­n a los oligarcas

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ALEXEY NIKOLSKY / AFP El presidente ruso, Vladímir Putin, con el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu
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