La Vanguardia

Algunos hombres justos

- Marta Rebón

Navegamos entre contradicc­iones y los absolutos son trampas de la razón. Lo sabe bien el refranero, en el que tanto encuentras uno para afirmar una cosa como para rebatirla. Hay un proverbio que dice que los árboles no dejan ver el bosque, referido a esos momentos en que la obsesión por los detalles oculta el conjunto. Aun así, no es menos cierto que cuando se pone la lupa en algo (en una vida concreta, por ejemplo) se nos revela todo un bosque, las claves de su época y de lo que vino incluso después. Y no tiene que ser la de alguien célebre, pues la política atraviesa todos los cuerpos, como observamos en Regreso a Reims, tanto en el ensayo de Didier Eribon (Libros del Zorzal) como en su libre adaptación cinematogr­áfica, que es una disección de la clase obrera a partir de la vida de los padres. Me reafirmé en esta impresión cuando acepté un encargo editorial para novelar las biografías de dos mujeres de épocas distintas, una rusa y otra francesa. Sofia Kovalévska­ya fue la primera mujer matemática en obtener, en la segunda mitad del siglo XIX, una cátedra universita­ria. Al indagar en los pormenores de su vida, y no en abstracto, reviví los sacrificio­s descomunal­es que debía afrontar entonces una joven para acceder a los estudios superiores, como casarse por convenienc­ia con algún joven progresist­a que le permitiera viajar a alguna de las poquísimas universida­des en el extranjero donde se aceptaran estudiante­s u oyentes femeninas. Sí, por suerte había (y hay) hombres feministas, como el que luego, en Estocolmo, le ofreció la cátedra a Kovalévska­ya.

La otra, Olympe de Gouges, me trasladó a la Francia de la Revolución. Lo que más me sorprendió de este verso libre que defendió los derechos de los hijos bastardos, los esclavos y las mujeres fue darme cuenta de que cuando me hablaron del hito que supuso la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano me ocultaron que el título aludía de manera literal al hombre, y que la mujer seguía siendo entonces una ciudadana de segunda que un siglo después aún aparecía definida, en el gran diccionari­o de

Pierre Larousse, como “hembra del hombre, ser humano organizado para concebir y traer hijos al mundo”. Las definicion­es han cambiado, pero la concepción de la mujer como un artefacto reproducti­vo sigue presente, en no pocas mentes y en ciertas leyes. Persiste la idea de que el fin último de la mujer debe ser el de madre abnegada y cuidadora. Por eso De Gouges hizo su propia versión de la Declaració­n para incluir explícitam­ente a las mujeres, con el apóstrofe: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Quien te lo pregunta es una mujer”.

¿Aspiran los hombres a ser justos? Hace poco acompañé a Ivan Jablonka en el Instituto Francés de Barcelona, en la presentaci­ón de su último libro traducido al catalán y al español. Este autor parisino hace precisamen­te eso: leer la historia a partir de vidas concretas. Lo hizo con sus abuelos exterminad­os en Auschwitz y después con el feminicidi­o en Laëtitia o el fin de los hombres (Anagrama), en el que reconstruy­ó la biografía de una joven de dieciocho años violada y asesinada en la Francia de la pasada década. Estos últimos días volví a Jablonka, en concreto a su ensayo Hombres justos, y lo hice tanto por la guerra en Ucrania como por la decisión del Supremo estadounid­ense. ¿Es posible que se vea hoy a las mujeres como se hacía en los diccionari­os del siglo XIX? Hay una masculinid­ad nociva, esa que une con una línea sutil a los líderes autoritari­os, hombres fuertes defensores de valores tradiciona­les, con la persistenc­ia de la guerra y el militarism­o, y la discrimina­ción sistemátic­a de las mujeres y las minorías sexuales. Más de dos siglos después, a la vista de las inequidade­s y la violencia, aún cabe preguntars­e si los hombres son capaces de ser justos, como reflexiona Jablonka en alusión a De Gouges. La desprotecc­ión del aborto en Estados Unidos amparándos­e en que la Constituci­ón –escrita en su momento por hombres blancos, como han señalado los jueces contrarios al fallo– no lo especifica como un derecho es una prueba de la ignorancia de la historia de dominación masculina que cuestiona cualquier avance. “Porque conquistar­on la libertad y la igualdad, las mujeres encarnan la norma de una sociedad democrátic­a: correspond­e a los hombres adaptarse a ese Estado de derecho y de hecho”, dice el historiado­r francés.n

Con el paso de los siglos, la concepción de la mujer como un artefacto reproducti­vo sigue presente

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JASON CONNOLLY / AFP
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