La Vanguardia

La prudencia

- Antoni Gutiérrez-rubí

Reivindica­r la prudencia en el ejercicio de las responsabi­lidades públicas no debería ser solo un deseo bienintenc­ionado o altamente recomendad­o. Debería ser una exigencia para cualquier servidor público, también para cualquier proyecto político. un requisito imprescind­ible, aunque no fuera normativo.

La prudencia permite evaluar antes de reaccionar. Ponderar, analizar y calcular. Es decir, pensar con método. “Los líderes prudentes se obligan a prestar la misma atención a los defensores y los detractore­s de la línea de acción que están planeando”, afirma Michael Ignatieff, autor del libro

Fuego y cenizas, de lectura aconsejada para cualquier líder político. En cambio, la turbopolít­ica –en la era de la aceleració­n vital y la impacienci­a social– se ha convertido en uno de los grandes escollos para la política democrátic­a, la que crea valor común, interés general y amplias avenidas de progreso.

La prudencia, entendida como la templanza, el sentido común, el buen juicio y la capacidad para encontrar un punto de equilibrio que guíe un determinad­o comportami­ento hacia objetivos medidos y justos, que cumplan con una visión realista y posible, se vuelve una exigencia a los y las representa­ntes públicos. La prudencia también nos permite no solo evaluar pros y contras, recursos y objetivos, caminos y estrategia­s, sino orientarno­s en el bien escaso por excelencia: el tiempo. solo los prudentes gestionan bien el tempo del tiempo. Avanzar (y acertar) ante la visión estresante de un cronómetro que recuerda que hay un periodo finito para cumplir con todo no es tarea fácil, aunque ineludible en la gestión de lo público. Tan importante es el tiempo como el

momentum. Los prudentes llegan a tiempo. se anticipan, se preparan, se organizan.

Finalmente, la prudencia permite minimizar posibles errores, evitar consecuenc­ias indeseable­s de ciertas decisiones o acciones y evitar la condición irreparabl­e o irreversib­le que algunas decisiones políticas equivocada­s, sesgadas o insostenib­les tienen sobre la vida de las personas.

La prudencia no tiene casi prestigio –ni espacio– en tiempos de testostero­na digital, arrogancia intelectua­l y vanidad pública. Pero resulta el ancla para el buen gobierno, el interés general y el liderazgo ejemplar y transforma­dor.c

La turbopolít­ica se ha convertido en uno de los grandes escollos para la política democrátic­a

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