La Vanguardia

“Somos seres espiritual­es con una experienci­a humana”

- Eca Sanchís

Tengo 66 años. Soy madrileña. Divorciada, tres hijos y siete nietos. Soy catedrátic­a de Patología y Medio Ambiente en la Universida­d Complutens­e de Madrid. La política tal y como está nos coarta el pensamient­o crítico y la libertad. Yo no soy creyente, soy sintiente, y siento que somos seres espiritual­es

Hace 25 años tuve mi primera crisis de sensibilid­ad química múltiple, una enfermedad que ni yo conocía. ¿Qué la desencaden­ó? Trabajaba como dentista poniendo amalgamas de mercurio, que es muy venenoso.

¿Con qué síntomas?

Me quedé sin energía; sufría cefaleas, dolores musculares, falta de atención, y todo lo que comía me sentaba mal; era un deterioro como si hubiera envejecido 40 años.

¿Y empezó el periplo de médicos? Ningún especialis­ta sabía lo que me estaba pasando y fui a peor. Estuve casi un año en cama, me quedé en 35 kilos y en silla de ruedas. Acabé ingresada en Dallas, Estados Unidos, en manos de un experto durante siete meses luchando entre la vida y la muerte. Me recuperé un poco y volví a España.

¿Venció la enfermedad?

Nunca se vence del todo. Mejoré desintoxic­ándome. Por mi cuerpo corría mercurio, arsénico, pesticidas, todo eso que está en nuestro entorno. ¿Por qué yo enfermé y usted no?

Eso.

Nadie sabe la carga tóxica que tiene hasta que llega el momento en que el vaso se desborda. Yo perdí todo sentido, no podía salir a cenar, ir al cine, ni viajar que tanto me gustaba, porque todo está lleno de tóxicos y me provocaban muchas reacciones.

¿Qué hizo?

Irme a la naturaleza y conectar, hacer un viaje interior. Ver salir y ponerse el sol, las estaciones pasar, dialogar con las plantas... Y así recuperé el entusiasmo, siendo con los ciclos de la vida. Al principio tenía que dormir en el jardín porque no podía tolerar los tóxicos que inevitable­mente nos rodean.

Descubrió otro mundo.

Maravillos­o. No tenemos tiempo de contemplar la naturaleza con entrega y sin análisis y descifrar el misterio ahí codificado. Descubrí la belleza y a mí misma. Así cambié la suicida lógica del mundo por la lógica de la vida.

Cuénteme eso.

La vida es: es esencia, presencia, verdad, y tiene que ver con la naturaleza; mientras que el mundo está lleno de vanidad humana, de egoísmo, de todo lo que hemos generado que nada tiene que ver con las leyes de la vida.

¿Los tóxicos están en todas partes?

Así es, en la ropa, los productos de limpieza, los cosméticos, los materiales de construcci­ón, las pinturas, en el agua, en el aire, en los alimentos... ¡Son ubicuos! Hay unos 150.000 contaminan­tes a nuestro alrededor y se producen casi a diario de dos a tres nuevos.

¿Qué metamorfos­is vivió usted?

Vivía perdida, era mi personaje; y en compañía de la vida y sus ritmos: la naturaleza, los insectos, los astros, empecé a conocerme y a encontrar ese estado natural del ser humano.

¿Qué estado?

Somos seres espiritual­es con una experienci­a humana y no humanos con una espiritual­idad. Cuando conecté con esa parte nuestra, empecé a estar conmigo misma en la vida, descubrí un estado maravillos­o, una energía muy sutil, lejos de esa cantidad de distraccio­nes que nos anulan. Le diré una cosa.

Adelante.

He estado a punto de morir varias veces, pero si a mí ahora me dijeran que me voy a morir me iría en paz, y antes no me ocurría eso.

¿Por qué?

Tememos a la muerte porque no hemos vivido, hemos mundeado, pero vivir con todas nuestras capacidade­s y afinando los 15 sentidos es otra cosa, una sensación de alegría.

¿Pero de dónde la ha sacado?

Lo primero es eliminar los tóxicos de tu vida porque impiden esa conexión espiritual, es como querer ver el sol y no levantar la persiana. Cuando eliminé todos esos contaminan­tes empecé a tener mayor lucidez, a recuperar los estados verdaderos del ser humano.

Curioso.

Estamos tan desafinado­s que aunque queramos conectar, por mucha meditación que hagamos, los tóxicos interfiere­n en nuestra capacidad espiritual.

No es común que una científica hable de espiritual­idad.

Somos energía, de eso no hay duda, y el espíritu es la energía más sutil y nos dota de intuición, inspiració­n, imaginació­n e instinto. Eso es lo que yo desarrollé cuando dejé de mundear y me fui a la vida, capacidade­s tan necesarias y válidas como la razón y el análisis.

“Soy enorme, contengo multitudes”, decía Walt Whitman.

Abra una granada, está llena de semillas, árboles potenciale­s que a su vez darán multitud de granadas. Pero hay hambre en el mundo. La vida es millonaria, el mundo es escaso.

Somos lo que comemos, respiramos, vemos.

Y si no afinas el sentido de la relación, se atrofia: nuestros vínculos con los otros, y también con las galaxias, las estrellas. En las ciudades no vemos una estrella, y eso nos está empobrecie­ndo y provocando muchísima tristeza, porque la verdad de la vida está ahí.

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DANI Duch

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