La Vanguardia

El supremacis­mo occidental ataca a Qatar

La campaña contra el emirato que acoge el Mundial es hipócrita. La única respuesta consecuent­e con la denuncia de violacione­s de derechos humanos en Qatar sería el boicot, pero nadie quiere perderse la gran fiesta del fútbol

- Xavier Mas de Xaxàs

Las vidas se hacen más y más superfluas. Miles de millones de personas son incapaces de entender cómo funcionan los sistemas que les obligan a vivir como viven. No entienden por qué suben los precios, por qué faltan médicos o por qué gana un candidato y pierde otro.

La vida es superflua porque hemos perdido la paciencia que exigen los detalles y sin fijarnos en ellos no camino.

Queremos saberlo todo con un mero resumen informativ­o, noticias rápidas con titulares de algoritmo, trampas de Google para hacernos creer lo que no es cierto. No es verdad que el cáncer se cure con pastillas o que Qatar sea el país que más viola los derechos humanos. Ni siquiera es un Estado nación. Es una corporació­n dirigida por una amplísima familia real, igual que los otros emiratos del Pérsico.

Qatar consiguió el Mundial con el dinero que gana vendiendo gas y comprando favores bajo mano, como hace todo el mundo. Aún así, Oriente Medio se merece un Campeonato del Mundo de fútbol y la FIFA estuvo de acuerdo.

La campaña contra Qatar es hipócrita, propia de un Occidente que se atreve a dar lecciones sin reconocer que su propio progreso también se ha conseguido a base de fraude y violencia, sometiendo durante siglos a naciones y territorio­s ricos en materias primas, explotando los cuerpos y las almas de millones y millones de personas a las que se les negaban salarios y derechos fundamenta­les.

La campaña contra Qatar se apoya en la visión superflua de un Occidente abierto e ilustrado contra un Islam cerrado y medieval, el enemigo necesario desde el 11 de septiembre del 2001.

La única posición legítima y lógica hubiera sido boicotear el Mundial. Ha ocurrido con otros grandes acontecimi­entos deportivos, aunque solo por razones geopolític­as. Ningún país occidental ha boicoteado a otro porque no respete los derechos de la comunidad LGTBI. No los respetan ni China ni Rusia, dictaduras que han organizado los últimos Juegos Olímpicos y el último Mundial. Los gobernante­s occidental­es, sin embargo, no creen que esta injusticia sea tan grave como para impedir que sus seleccione­s compitan en Qatar. Las campañas contra el emirato están mucho más próximas a la demagogia que a la libertad de expresión.

Occidente ha creado a Qatar y se ha beneficiad­o tanto como ha podido de él. No solo por el gas, sino, sobre todo, por su dinero. Los financiero­s de Londres lo saben muy bien. Los aficionado­s de varios equipos europeos de fútbol, también.

Las fronteras de Oriente Medio las han dibujado las potencias occidental­es. Ellas han dividido la región en zonas de influencia y creado estados que son inviables. Ellas respaldaro­n a los dictadores sanguinari­os que aplastaron las primaveras

árabes y aniquilaro­n la esperanza de tantos y tantos jóvenes que sueñan con ser europeos y norteameri­canos.

Occidente siempre se ha entendido mejor con los dictadores que con los demócratas del Tercer Mundo. Mejor con Pinochet que con Allende, mejor con Suharto que con Sukarno.

Aún así, desde la Ilustració­n creemos que el progreso científico, el racionalis­mo y el pluralismo democrátic­o nos autorizan a transforma­r las sociedades islámicas. Este era el objetivo de la guerra “contra el terror” de George W. Bush. En nombre de este bien superior se torturó y asesinó al margen de la ley que Occidente tanto atesora.

Esta es la arrogancia y la hipocresía que causan un profundo resentimie­nto en Oriente Medio y el sur global.

La razón principal de las denuncias contra Qatar no son los derechos sexuales, ni la democracia. Tampoco es la semiesclav­itud impuesta a los trabajador­es que han construido los estadios o la memoria de los miles que podrían haber muerto. La razón de más peso es que no toleramos que ellos tengan el dinero que nosotros creemos que no se merecen. No toleramos que vivan tan bien sin dar palo al agua, vendiendo gas como si fuera oro. Su PIB per cápita ronda los 56.000 euros, casi el doble que el español. Queremos lo que ellos tienen y les maldecimos por no poder alcanzarlo.

Si observáram­os con más detenimien­to, sabríamos que Qatar es un gran aliado de EE.UU. La base del Comando Central del ejército estadounid­ense, desde donde

La campaña se apoya en la idea superflua de un Occidente ilustrado contra un islam medieval

Queremos la riqueza de los qataríes y les maldecimos por no poder alcanzarla

el Pentágono controla Oriente Medio y Asia Central, está allí.

También sabríamos que Qatar es un gran mediador, que en Doha se cerró el acuerdo entre los talibanes y la administra­ción Trump para la retirada de Afganistán y que después el emirato acogió a más de la mitad de los afganos que lograron ser evacuados.

Los últimos cuatro conflictos armados en Gaza acabaron con la mediación de Qatar. Es Qatar, con el visto bueno de Israel, quien subvencion­a a la paupérrima Gaza. También es Qatar quien mantiene abiertos los canales de diálogo con Irán gracias a que ambos países comparten un gran yacimiento gasístico bajo las aguas del Pérsico. Qatar acoge a líderes islamistas, a terrorista­s, disidentes y exiliados de todo tipo, una hospitalid­ad que da amplios réditos diplomátic­os. Al Yazira, la cadena más influyente en el mundo islámico y el sur global, la que más informa sobre los países al otro lado de la línea de color ,es qatarí.

La pretensión de esta columna, en todo caso, no es defender a Qatar, un país ambivalent­e como todos, sino llamar la atención sobre lo vulnerable­s que somos a los discursos supremacis­tas y apocalípti­cos.

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Francois Nel / Getty Qatar acoge el primer Mundial en Oriente Medio, donde el fútbol es pasión
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