La Vanguardia

El dilema de Musk

- Daniel Innerarity D. INNERARITY, catedrátic­o de Filosofía Política, investigad­or Ikerbasque en la Universida­d del País Vasco y titular de la cátedra de Inteligenc­ia Artificial y Democracia en el Instituto Europeo de Florencia. Premio Nacional de Investig

Cuando Elon Musk compró Twitter, formuló un compromiso que le va a resultar difícil de cumplir: compatibil­izar la libertad de expresión con la moderación de los contenidos, el acceso y la censura. ¿Qué riesgos son peores, los del odio o el abuso de poder? Si esto ya es un equilibrio complicado y polémico en el mundo analógico, no lo será menos en el digital. ¿Con qué criterios y mediante qué procedimie­ntos se podría conseguir algo así en una red social?

Esta tensión entre libertad y moderación no es nueva. La dificultad de las plataforma­s como Twitter o Facebook para mantener su promesa de libertad de expresión y retirar expresione­s dañinas es tan vieja como internet. La red anunciaba el final de la exclusión y del control, una promesa de libertad de expresión ilimitada frente a aquella selección de los contenidos llevada a cabo por los intermedia­dores en el espacio analógico y sus medios tradiciona­les. Desde entonces, el mundo de Silicon Valley profesa un “liberalism­o informativ­o” que erige la libre circulació­n de informació­n en un verdadero proyecto político y rechaza toda limitación. Este es el punto de partida ideológico que las plataforma­s tienen que revisar si quieren hacer frente a la presencia de fenómenos tan inquietant­es para la vitalidad de las democracia­s como la desinforma­ción, la polarizaci­ón, los discursos del odio o la incitación a la violencia.

¿Qué forma de comunicaci­ón en el espacio digital necesita la política democrátic­a? ¿Qué limites pueden ser impuestos a los usuarios para asegurar la integridad del debate sin dañar su libertad de expresión? Si las plataforma­s deben aceptar algún tipo de regulación de los contenidos, es porque no cumplen dos propiedade­s con las que se adornan injustamen­te: la neutralida­d y la igualdad.

En primer lugar, las plataforma­s no son completame­nte neutras en relación con los contenidos que en ellas circulan, sino que tienen una cierta responsabi­lidad sobre aquello que dicen simplement­e albergar. No se puede mantener al mismo tiempo el estatuto de simple infraestru­ctura que acoge a cualquiera y conceder rangos, favorecer determinad­o tipo de opiniones o excluir a ciertos actores. No me refiero únicamente a la expulsión de determinad­os usuarios, como hizo Twitter con Trump, sino hasta qué punto la arquitectu­ra del medio favorece ciertas expresione­s, a las que visibiliza más que otras e incluso viraliza. Podríamos llamar “populismo digital” a esa suposición de que el rango en el universo digital se debe exclusivam­ente a la espontanei­dad de la libre circulació­n de informacio­nes y opiniones. La libertad de las plataforma­s para jerarquiza­r o hacer inaccesibl­es las informacio­nes o para excluir a ciertos actores es incompatib­le con los valores democrátic­os desde el momento en que se han convertido en el verdadero lugar del debate público.

Las plataforma­s tampoco cumplen la promesa de igualdad que realizan. El derecho formal a la libertad de expresión no garantiza la igualdad en la discusión pública. La comunicaci­ón pública no ha tomado la forma igualitari­a, pública y libre que se esperaba. El acceso a la visibilida­d está muy desigualme­nte repartido, el debate parece sometido a la ley del más fuerte y quienes controlan la arquitectu­ra de los nuevos espacios de discusión son actores privados que no han sometido a pública discusión sus valores y criterios.

A este respecto nos encontramo­s en la paradójica situación de que nunca ha sido más fácil hacer pública una opinión y difundirla ampliament­e, pero nunca habían estado tan concentrad­os los poderes de limitación, filtrado y bloqueo. Las grandes plataforma­s, desde una posición de oligopolio, ponen a nuestra disposició­n estas infraestru­cturas de opinión, al tiempo que las limitan mediante los algoritmos que distribuye­n la visibilida­d o moderan el contenido definiendo sin debate público los criterios de lo que es aceptable decir o mostrar.

La regulación puede hacerse precisamen­te en nombre de la libertad de expresión, permitiend­o el acceso a voces minoritari­as o contradict­orias y en nombre de un debate público abierto y pluralista. No se trata solo de las dificultad­es de hablar, sino de ser escuchado. Por supuesto que nadie puede exigir un derecho a que le escuchen, pero la propia arquitectu­ra algorítmic­a puede estar condiciona­ndo la atención de una manera muy desigual.

Las decisiones acerca de los límites de la expresión son de naturaleza política, en el sentido amplio de la expresión; no son decisiones que tengan una solución meramente técnica. Las reglas del discurso tienen una naturaleza fundamenta­lmente política. Comparada con las limitacion­es del control manual, la automatiza­ción se asocia con una imparciali­dad muy atractiva para las plataforma­s y que convierte sus decisiones en “no negociable­s”.

El poder de moderación y sanción está hoy en día en manos de esos actores privados que son los propietari­os de las plataforma­s. Está muy bien que las propias plataforma­s creen consejos para supervisar la moderación de contenidos, pero esto plantea diversos problemas democrátic­os, sobre todo cómo diseñarlos de manera que sean realmente independie­ntes, transparen­tes, que proporcion­en explicacio­nes razonadas acerca de sus decisiones. Habría que reconocer también un derecho de apelación, porque la libertad de comunicaci­ón es más que la libertad de elección dejada a los internauta­s; exige que haya un cierto control democrátic­o y una crítica social sobre los actores que orientan esas elecciones. De hecho, la moderación de contenidos se ha convertido en un objeto de contestaci­ón política. Como ocurre con el poder en general, no hay democracia si no existe la posibilida­d de controlar a los moderadore­s.

Cabe la esperanza de que si Musk puede llevarnos a la Luna, automatiza­r plenamente la conducción y arreglar la guerra de Ucrania, todo esto sea para él una tarea fácil.c

Las plataforma­s no son completame­nte neutras ni cumplen la promesa de igualdad que realizan

Como ocurre con el poder en general, no hay democracia si no existe la posibilida­d de controlar a los moderadore­s

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