La Vanguardia

No quiero hacer carrera, sino tumbarme a la bartola

- Susana Quadrado

Los jóvenes ya no quieren vivir para trabajar: han cambiado sus valores y la relación con el empleo

Comencemos este artículo robando frases, que es lo que mejor sabe hacer todo opinador que se precie: “La vida es demasiado corta para estar ocupado”. Lo escribió Tim Kreider hace una década en un ensayo suyo que salió publicado en The New York Times. Ahora da charlas. Pero segurament­e al escritor, metido a gurú de autoayuda empresaria­l, no le habría disgustado que su idea hubiera sido saqueada aquí para este artículo, que también puede resumirse en una frase. Los jóvenes ya no viven para trabajar.

Escrito con otras palabras: estar todo el día ocupado y tener un empleo cuanto más absorbente mejor ha dejado de ser el fin último. Los millennial­s han propinado la primera coz a la torre de naipes. Lógico porque no conocen otra cosa que crisis y más crisis. Y los que les van detrás están en la onda de esta nueva mentalidad.

Los jóvenes ya no se definen a sí mismos por el trabajo. Se acabó lo de que currar muchas horas es guay. Se acabó el supuesto glamour de la oficina. Se acabó ir soltando codazos a los colegas para escalar hasta la cima desde la que, por cierto, siempre se cae más alto. Se acabó lo de no dejar de ser nunca una-persona-que-trabaja 24/7. Se acabó, en definitiva, aspirar a ser alguien en este mundo por lo que tú haces en tu jornada laboral.

Hay un cambio radical de valores y a la vez una revaloriza­ción del tiempo. Lo reflejan los sondeos de opinión. Tipos como Tim Kreider se lo olieron antes que nadie. ¿Trabajar o no trabajar? Lo primero, qué remedio. No queda otra porque hay que sobrevivir y pagar los gastos. Se vive al día, a la hora, a veces al minuto. Obvio que atrae la idea de pasarse las tardes tumbado a la bartola, pero más pesan los números rojos de la hipoteca de un piso que se ha vuelto inaccesibl­e. Los jóvenes no eliminan el trabajo de su ecuación vital; lo limitan a lo necesario para su existencia básica. Total, tampoco les permite ascender como clase social ni gozar de más comodidade­s o de un cojín en el banco.

El trabajo no se recompensa de forma proporcion­al al esfuerzo (leído a Kreider). Y sí, en general sí se esfuerzan. Es injusto creer que el cambio de mentalidad los convierte en unos holgazanes que solo están por el cuento del dinero fácil. También hay quien habla de falta de compromiso con la empresa, cuando a lo mejor pasa lo contrario y a lo peor es que se niegan a ser explotados. Que se lo pregunten a alguno de los 7.000 empleados de Twitter que Musk ha despedido. Nadie cuestionab­a ni su compromiso ni su esfuerzo, pero ellos se enteraron por un e-mail de que estaban en la calle. Al resto de la plantilla no ha hecho falta echarlos: se han ido por su cuenta al grito de “Ahí te quedas”.

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