La Vanguardia

“¿Qué es este circo?”

“El Everest es un reflejo de la sociedad actual: solo importa la imagen”, dice Sito Carcavilla, alpinista y pensador

- Sergio Heredia

Morir en la montaña es un error Carlos Soria

–¿Ha visto usted esas imágenes del Everest colapsado? –me pregunta Sito Carcavilla (49). –Las he visto, las he visto. –A muchos nos apetece ir, atacar la mítica cumbre. Pero ese circo, ¿le merece la pena a un alpinista? Esas colas son peligrosís­imas. –¿Por qué? –Imagínese que cambia el viento y hay que salir de allí. ¿Cómo lo haces? ¡Estás atascado entre los de delante y los de atrás! Las imágenes son brutales, pero lo peor es que han llegado para quedarse. –¿Por qué?

–Todo cambió en los años noventa. Hasta entonces, solo se concedía un permiso por expedición, ruta y temporada. Si un equipo catalán pedía el permiso, ningún otro equipo catalán podía atacar esa misma ruta en esa misma temporada. Pero en el 95... –¿Qué pasó?

–Que se anularon las restriccio­nes y ahora puede ir quien quiera. En el 2019, cerca de 1.400 expedicion­arios se cruzaron en la ruta normal del Everest en dos meses. Y presenciar eso es escandalos­o.

Sito Carcavilla baja la mirada y reniega con la cabeza. Le alteran la masificaci­ón de los espacios y la cultura de la imagen.

Sito Carcavilla es geólogo y alpinista, y escribe sobre ello. Lo hace en la revista Desnivel y también en Geología desde el campo base, el libro que me ha traído a la redacción de La Vanguardia.

Le pido que me lo dedique. Escribe:

“Espero que este libro te anime a visitar estos paisajes”.

(ayer impartió una conferenci­a en el marco del Banff Mountain Film Festival World Tour, en los cines Girona de Barcelona; hoy es el turno de los hermanos Pou: Eneko e Iker)

–Pero, ¿tan peligroso es que se formen esas colas? ¿El Everest se cobra muchas vidas?

–No demasiadas. El año pasado murieron seis expedicion­arios, que son pocos. El índice de siniestral­idad ronda el 2% de los que hacen cumbre. Además, los medios de rescate ahora son extraordin­arios. Los helicópter­os se elevan más alto y pueden rescatar a alguien en el Campo 2 y depositarl­o en el hospital de Katmandú en apenas una hora. ¡El príncipe de Qatar hizo cumbre hace dos años! –¿...?

–¿Cuál era su experienci­a en montaña? Ninguna. Sin embargo, el hombre buscaba experienci­as exclusivas, y eso es algo frecuente. Muchos ascienden el Everest y luego se van a Sudáfrica a nadar con tiburones blancos y luego corren el maratón de Nueva York... –¿Se hacen la foto y listos? –Vivimos en el mundo en el que vivimos. Y la masificaci­ón de los lugares icónicos es una realidad que no solo pasa en el Everest, sino en todos lados. Obtener el permiso y alcanzar la cima por la ruta normal puede rondar los 50.000 euros. Es mucho dinero, pero también es el precio de un buen coche. ¿A cuántos conoce usted que tengan un buen coche? A unos cuantos, ¿no? Pues con el Everest pasa lo mismo. Y además, la tasa de éxito es muy elevada, más o menos del 75%. –¿Cualquiera puede subir? –Lo intenta gente en un estado de forma discutible y con cero experienci­a. Hay quien sube en helicópter­o hasta el Campo 2. ¡Se saltan el campamento base! Fíjese: ni siquiera suben toda la montaña. –¿Quién gana con esto? –Nepal. Está en el tercer mundo, y el alpinismo es su principal fuente de ingresos. Aunque todo esto deberá toparse algún día.

–Si todos pueden subir el Everest, hacerlo no tiene mérito, ¿no?

–¡Es que no lo tiene! A nivel deportivo, coronar no dice nada. Yo lo he hecho y ni lo cito en mi historial. Subir el Everest no da ni para una charla. Es como acabar un maratón en un registro cualquiera. Es un reto personal. Lo que pasa es que la mística y el desconocim­iento hacen que ascenderlo suponga algo inaudito. Pero hasta ahora se ha coronado ya en 10.500 ocasiones. Otra cosa es subir sin oxígeno o por una ruta no normal.

–Pues todo aquel que lo asciende corre a compartirl­o...

–El Everest es un reflejo de la sociedad actual, donde lo importante es la imagen, el ir a lugares que todos conocen aunque estén masificado­s. La imagen es fundamenta­l y hay que transmitir que lo has hecho de inmediato.

–Y cuando alguien muere, ¿por qué le ocurre?

–Por agotamient­o. Casi nadie cae al abismo porque la ruta normal tiene mucha cuerda fija. Y tampoco abundan las avalanchas. Quien se agota se sienta y dice que no da un paso más.

–Eso es terrible. ¿Qué hacen sus compañeros?

–Cierto: es terrible porque compromete al resto. Sobre todo, a los sherpas. Esta primavera, en el Dhaulagiri, un alpinista griego dijo que no podía dar un paso y el sherpa no sabía qué hacer, se planteaba quedarse y morir junto al alpinista. Desde las alturas, se comunicó con el walkie-talkie con nuestros sherpas (estábamos en el campamento base) y nuestros sherpas nos pusieron en línea. Fuimos los occidental­es quienes convencimo­s al sherpa que descendier­a sin compromete­r su propia vida. Cuando atacamos la cima, debemos ser consciente­s del compromiso que asumimos con quienes nos acompañan. ¿Le cuento otra? –Dígame...

–Hicimos cumbre en el Broad Peak y allí arriba vimos el cadáver de otro alpinista. ¿Cómo pudo haber llegado allí ? Debería haberse dado la vuelta antes, ¿no cree?

“Hoy prácticame­nte cualquiera con dinero se puede plantear subir el Everest; pero esas colas son peligrosas”

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Xavier Cervera Sito Carcavilla posa para La Vanguardia, ayer en Barcelona
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