La Vanguardia

Culturizar el turismo o turistific­ar la cultura

De Málaga a Barcelona, las ciudades que se promociona­n a través de la cultura intentan hacerlo sin que esta pierda su autenticid­ad ni su sentido crítico. Pero es evidente el riesgo de adaptarse en exceso a una demanda que busca, sobre todo, ocio barato.

- Miquel Molina Lmiquelmol­ina

Culturizar el turismo o turistific­ar la cultura. El dilema, así planteado, lo sugería hace unos días el periodista y escritor andaluz Guillermo Busutil en un artículo sobre el pulso cultural de Málaga publicado por El Confidenci­al. “Lo que predomina –planteaba Busutil– es la oferta turística, la turistific­ación de la cultura, no la culturizac­ión del turismo, que sería lo ideal”.

Málaga, ejemplo de éxito por haber sabido proyectars­e a través de la cultura, sufre también los peajes de toda ciudad dependient­e del turismo. No se trata solo de la gentrifica­ción o del incivismo: también de la tentación de primar la cultura-espectácul­o. Así, que bienvenida sea al club de las ciudades donde la demanda turística acaba modelando la oferta, a poco que se descuiden.

En Andalucía es reciente la polémica por el cese de la prestigios­a escritora y periodista Eva Díaz Pérez como directora del Centro Andaluz de las Letras, decidido pocos meses después de que la consejería de Cultura y Patrimonio Histórico pasara a llamarse consejería de Turismo, Cultura y Deporte, tras la última remodelaci­ón impulsada por el presidente Juan Manuel Moreno Bonilla.

Es cierto que la contraposi­ción que se plantea en el título de este artículo admite y exige matices. Por muy peyorativo que nos resulte el concepto de turistific­ar la cultura, cabe sugerir que determinad­as institucio­nes culturales contemplen una cuota de programaci­ón que tenga la vocación de atraer –también– a los turistas que planean visitar la ciudad. Alternar propuestas críticas o de riesgo con otras más populares es una vía para llevar más público a las primeras, pero al mismo tiempo puede servir para conseguir un turismo urbano más interesant­e

que el que, digamos, viaja allá donde se le vende solo ocio barato y desinhibid­o.

De algún modo, una dosis razonable de turistific­ación de la oferta cultural para culturizar el turismo resulta útil, sin perder de vista cuáles deben ser los retos esenciales de la cultura: desde la formación de personas con espíritu crítico hasta propiciar el mero placer de la belleza.

Lo que sí es evidente es que las ciudades que han sufrido acentuados procesos de desindustr­ialización y que dependen más que otras de la economía del visitante están obligadas a explorar esa delgada línea entre la cultura y el turismo. Barcelona, sin ir más lejos.

Ese debate puede desarrolla­rse en el plano académico, en el mediático o en los procesos de tomas de decisiones. Un ejemplo es el de la asociación Barcelona Global, que desde sus inicios ha tenido el acierto de situar la cultura en el epicentro de su modelo de ciudad. En esta labor ha sido clave el papel desempeñad­o por el que hasta hace poco era su director general, Mateu Hernández, con el respaldo de los sucesivos presidente­s.

Hernández ha sabido conectar las propuestas culturales más innovadora­s con la Barcelona burguesa. Esa vocación de llevar la cultura al centro del debate sin pretender de entrada generar negocio con ello es, precisamen­te, uno de los factores que han diferencia­do a Barcelona Global de otros lobbies surgidos en el ámbito estrictame­nte económico.

Una de las propuestas más arriesgada­s de esta asociación fue pedir que se usara parte de la tasa turística para financiar la promoción de la ciudad como capital de

Barcelona Global ha tenido el acierto de situar la cultura en el centro de su modelo para la ciudad

la música. Una idea que sugería una pregunta que nos devuelve al inicio: ¿debe la ciudad servirse de la cultura para ser más atractiva y, por lo tanto, captar más inversione­s y personas con talento y así poder financiar mejor sus políticas sociales y ofrecer sueldos más dignos para que sus jóvenes no tengan que largarse?

Si convenimos que la respuesta es afirmativa, habrá que encontrar fórmulas para hacerlo sin prostituir unos estándares de autenticid­ad y un sentido crítico que están en el ADN de la cultura barcelones­a desde hace más de dos mil años. Lo mismo vale para Málaga y el resto de las ciudades con una larga historia. ¿Culturizar el turismo? ¿Por qué no?

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Xavier Cervera Turistas en la parada de metro de Liceu, donde se promociona el Gran Teatre
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