La Vanguardia

Humano, demasiado humano

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Cristiano vive cada minuto de su vida dentro del traje de Superman. Pero no tiene los poderes de Superman.

Lleva el traje siempre para que entendamos que lo que hace es extraordin­ario. Ese traje es un anuncio, una advertenci­a. Pero lo que hace Cristiano no es sobrehuman­o. Es profundame­nte humano. Es lo que alcanza a hacer un ser humano cuando su voluntad le lleva a la máxima expresión de sí mismo. Y un poco más allá. Sin magia, sin dones, sin milagros. “El hombre es algo que debe ser superado”. El Ubermensch. Nietszche clamando con la voz de Zaratustra.

Una vez me dijo Agustín Fernández Mallo que si el fútbol es una metáfora de la guerra, el futbolista perfecto es Cristiano, que se parece al Leónidas de 300 ylo exhibe impúdicame­nte. Un guerrero espartano convencido por los dioses de la victoria. Cristiano se correspond­e con la definición clásica del héroe, tipos que no eran divinos, pero que ya no eran humanos, invitados a los clubs privados del Olimpo. Leo en Wikipedia que siempre existe algún ser (divino o mortal) que pretende deshacerse del héroe, y lo somete a combates extraordin­arios de los que se espera que no regrese; pero sucede lo contrario, y retorna victorioso.

Es hermoso y contradict­orio que un héroe tan paradigmát­icamente pagano ostente el nombre de una fe monoteísta.

La fe del Dios que se hizo hombre, precisamen­te.

(Ahora que lo pienso, quizá Cristiano debería llamarse Leo. Y Leo, casi obligatori­amente, Cristiano).

Se entiende su naturaleza arrogante y egoísta. Cuando uno ha hecho millones de flexiones para esculpir unos abdominale­s de mármol, no tolera que un advenedizo le dé lecciones. O que no asuma su superiorid­ad, tan obvia.

“Qué es el hombre para el superhombr­e: una irrisión, o una vergüenza dolorosa”.

Cristiano es, abrumadora­mente, el futbolista con más seguidores en las redes sociales. Nos guste o no, es el ejemplo de lo que todos queremos ser.

No va a dejar de ser él mismo porque los modales, o la educación, o simplement­e la cordura se lo demanden. Solo puedes odiarle mucho o amarle mucho, como al osito de Tous. O como a Trump. Es el paradigma de una marca contemporá­nea: el odio multiplica el amor.

Cristiano es portugués, y Portugal es un país curioso. Nadie parece prestarles mucha atención mientras descubren medio mundo, a la busca de rutas que amplían mercados y miradas, y son los propietari­os del anticiclón más famoso del planeta. Cristiano, para que todo sea más difícil, viene de una isla imposible en la que aterrizar es un milagro cotidiano.

Quizá por eso él no aterriza nunca.

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