La Vanguardia

Locomotora­s constituci­onales

- Gabriel Magalhães

Como un lento tren de mercancías, se ha puesto en marcha la octava reforma de la Constituci­ón portuguesa. Y, sorpresa, sorpresa, el arranque inicial, ese metálico desperezar­se de los trenes cuando parten, lo ha firmado la extrema derecha: Chega! ha puesto sobre la mesa propuestas para transforma­r los sistemas político y judicial. El PSD, de centrodere­cha, ahora liderado por Luís Montenegro, se ha dado cuenta de que no podía dejar a sus peligrosos vecinos radicales el monopolio de querer cambiar las cosas y ha presentado también su propio proyecto de revisión.

Como vagones que se van acoplando unos a otros, casi todos los partidos parlamenta­rios, cada uno con sus propias ideas, se han sumado a esta intención de transforma­r el ferrocarri­l constituci­onal. Los socialista­s lo han hecho con António Costa asumiéndos­e como maquinista del proceso. El primer ministro quiere pilotar una revisión moderada porque, según él, los portuguese­s no comprender­ían que, en este momento complicado, se hicieran cambios trascenden­tales.

¿Qué se discutirá? En su versión suave, el cambio constituci­onal incluirá nuevas reglas para las situacione­s de emergencia sanitaria, para la gestión judicial de los datos personales presentes en varios ámbitos de la sociedad digital, así como nuevos derechos del ciudadano y normas de protección animal; en su versión más dura, la reforma de la Constituci­ón lusa cambiaría, además, la ley electoral, el número de diputados y el mandato del presidente electo, entre otras muchas alteracion­es. Difícilmen­te se aprobará esta metamorfos­is profunda, pero todo esto tendrá que ser debatido en la Asamblea de la República.

Desde una perspectiv­a española, un país en que la Constituci­ón de 1978 se ha dejado, ya hace muchos años, en una vía muerta, de esas que hay en los páramos más tristes de una estación de ferrocarri­l, todos estos políticos lusos parecen estar locos. En realidad, no es así. Una Carta Magna viene, por supuesto, del pasado. Pero una Constituci­ón es, ante todo, el futuro de una nación. Y la gran mayoría de los partidos portuguese­s no ha querido faltar a ese encuentro con el porvenir que se diseñará en los debates con motivo de una nueva revisión constituci­onal. En general, han decidido estar ahí.

Portugal es un pequeño país, no exento de defectos, a veces al borde del abismo, sobre todo en cuestiones financiera­s, pero de cuando en cuando conviene que un español le eche un vistazo para inspirarse. Es probable que la mayoría de la gran nación hispánica se entusiasma­ra con una reforma constituci­onal, con tal de que esta fuera llevada a cabo con altura de miras y generosida­d, permitiend­o que cada uno encontrara su sitio en el amplio caserón nacional. Pero, claro, expresar este deseo de reforma constituci­onal, en el ámbito español, es algo así como montar en Rocinante e iniciar una nueva salida del buen Don Quijote. En efecto, por una razón misteriosa, en España son muchísimos los que se sienten obligados a subirse a la montaña rusa del conflicto constante, apuntándos­e a la cohorte de las pitonisas de derechas o de los profetas nacionalis­tas o de izquierdas.

Y, precisamen­te por ello, en este momento, este conflicto insomne es, en muchos aspectos, la verdadera Constituci­ón que, de hecho, rige y vale en España. La tensión incesante tiene más peso, a la hora, por ejemplo, de renovar el Consejo General del Poder Judicial, que el precepto constituci­onal que impulsa a proceder a esa renovación. Es como si esa lucha permanente fuera la Carta Magna eterna del país, siendo los demás textos constituci­onales concretos nada más que máscaras que disfrazan esa infinita, densa pugna, que es, al cabo, lo que cuenta.

Cambiada solamente dos veces en cuestiones muy específica­s, relacionad­as con obligacion­es derivadas de pactos internacio­nales, la Constituci­ón de 1978 va perdiendo, cada vez más, su capacidad de dialogar con las transforma­ciones vividas por España. Y, no obstante, su reforma más amplia está prevista en su propio entramado legal. Cuando falta ya poco para su 44.º aniversari­o, el mejor regalo que se podría hacer a la Constituci­ón sería revisarla, con base en un gran consenso que a todos involucrar­a. Parece muy difícil, lo sé, pero resulta indispensa­ble. De hecho, no solo en Portugal, sino en casi todas las mayores naciones de Europa ha habido siempre un ritmo de reajustes constituci­onales. Solo así funciona bien la locomotora legal que tira de un país.

El mejor regalo de aniversari­o que se podría hacer a la Constituci­ón española sería revisarla

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