Manolito en Santa Coloma

Hace cerca de dos semanas inauguraron en Santa Coloma de Gramenet unas esculturas policromadas que reproducen los personajes de Mafalda, la tira del dibujante Quino. Lo hicieron con la pompa adecuada a un magno acontecimiento que ha llevado la alegría a los habitantes de esa bonita ciudad.

Pero, desgraciadamente, pocos días después –la madrugada del jueves pasado para ser precisos– un desalmado arrancó la escultura de Manolito, el hijo del tendero gayego migrado a Buenos Aires, y se la llevó. En El Periódico, el titular de la noticia era “Unos incívicos arrancan la escultura de Manolito, el amigo de Mafalda, en Santa Coloma”, y está bien que indicaran que se trata del “amigo de Mafalda” porque, si no, quizá alguien hubiera pensado que se trataba del hijo de Manolo el del Bombo.

Gracias a Dios, horas después los serenos lo encontraron y la ciudad respiró aliviada.

A mí, el grupo de Mafalda me inspiraba repulsión. A diferencia de los Peanuts –el grupo de Charlie Brown que dibujaba Charles Schulz–, la tira de Quino estaba tan inflamada de ideología que, más que niños, me parecían preceptores de un catecismo maniqueo, pretendidamente antiimperialista, de sutileza cero.

¿Y por qué en Santa Coloma robaron precisamente la figura de Manolito y no la de cualquier otro de sus amiguitos? Pues por el corte de pelo. Si se acuerdan, el corte de Manolito –el que está destinado a ser gayego a perpetuidad– es igual al de Gabriel Rufián. Pelo largo en la parte de arriba de la cabeza y cortísimo a los lados y el cogote, exactamente como ahora es moda entre los quillos. Manolito no tiene barba porque todavía es un niño, pero píntenle una y verán que es la versión mini-yo de Rufián. A ver si, más que robar la estatua, lo que han hecho ha sido retirarla porque, según la ley, no se puede hacer propaganda electoral antes de la fecha oficial de inicio de campaña.

Un desalmado se llevó la escultura del Manolito de ‘Mafalda’