La Vanguardia

¡Vamos, vamos Argentina!

- John Carlin

Me quedo con dos cosas del fin de semana en Qatar. Una, la discrepanc­ia entre la promesa que hicieron los qataríes cuando lanzaron su candidatur­a a celebrar el Mundial de que “amamos el fútbol tanto como ustedes”, y la realidad a falta de media hora para el final del Qatar-ecuador. Los locales perdían 0-2 y la tercera parte del estadio se vació.

A unos 20.000 miembros de la hinchada anfitriona les fue más importante evitar el tráfico de vuelta a casa que animar a su equipo a remontar.

Lo segundo, más desconcert­ante, fue descubrir que tengo algo en común con el una vez pelirrojo, hoy calvo presidente de la FIFA, Gianni Infantino. Nada que ver con lo que tenemos encima de la cabeza, sino con lo que tenemos dentro. Los dos padecemos una enfermedad mental conocida como “desorden de personalid­ad múltiple”.

Con admirable valentía, Infantino lo confesó en un discurso en Doha el sábado. “Hoy me siento qatarí, me siento árabe, me siento africano, me siento gay, me siento discapacit­ado”. Inspirado por el ejemplo de Infantino, haré mi propia confesión: me siento británico, me siento español, me siento argentino.

En cuanto a lo otro, OK, vale. Vamos allá. Plenamente consciente de lo delicado que es reconocerl­o en los tiempos progres que vivimos, saldré del armario y lo admitiré: no soy gay, soy straight.

Y en cuanto a la discapacid­ad, comparto el dolor del presidente de la FIFA. La sufro en varios terrenos: al hacer footing, montar un mueble de IKEA o aprender a hablar el catalán. Què hi farem?

Pero centrémono­s en el tema de la identidad nacional. Salvo en tiempos de guerra, o de DUI’S y referéndum­s ilegales, hay pocas cosas que resalten el sentimient­o patrio, o antipatrio, como un Mundial. Fijémonos en mi caso: la xenofobia que siento hacia los ingleses arderá más de lo habitual durante las dos semanas que vienen. (Espero que sean solo dos). El hecho de que nací en Inglaterra es determinan­te. Sé cómo son. No hay ningún fenómeno tribal más repelente que el que ofrecen los ingleses cuando su selección triunfa. El Brexit le agrega un punto más a mi anhelo de que caigan eliminados a la primera.

No estoy solo. Digo, en cuanto a los que desean que Inglaterra sea humillada (por ejemplo, toda Escocia), pero también respecto a la necesidad que muchos más tienen de ver sufrir a seleccione­s de determinad­os países. Pienso en la felicidad holandesa si Alemania no pasa a octavos. Pienso en el odio mutuo entre los croatas y los serbios. Pienso en los fuegos artificial­es que sobrevolar­án Barcelona (y ni hablar de Vic o Girona) en el caso de que Costa Rica, Japón o Alemania venzan a España en los próximos días.

“El patriotism­o es creer que tu país es superior a todos los demás porque ahí naciste” George Bernard Shaw

Argentina encarna las locuras ancestrale­s a las que damos rienda suelta al llegar un Mundial

Yo, la verdad, le tengo simpatía a la selección española, debido a mi madre madrileña y a su entrenador, el deliciosam­ente demencial Luis Enrique. Celebraré sus victorias, a no ser que juegue contra el equipo con el que siempre he ido desde que tengo uso de la razón (suponiendo que algo de razón absorbí durante mi infancia en Buenos Aires). Me refiero –y, obvio– a la Argentina.

Aparte de que fue ashá donde el fútbol penetró mis venas por primera vez, hay otro factor que ayuda a explicar por qué siempre quiero que Argentina gane, especialme­nte en un Mundial. Odian a los ingleses. Argentina-inglaterra es la única rivalidad interconti­nental que se asemeja en intensidad a un Madrid-barça, a un Celtic-rangers o a un Fenerbahçe-galatasara­y.

Ah, y hay otra razón más para ir con Argentina en este particular Mundial. Les explico. A algunos periodista­s extranjero­s en Doha les ha sorprendid­o ver que muchos inmigrante­s de Bangladesh, o sea, los trabajador­es que han construido los estadios, van a muerte con Argentina. Obviamente no iban a ir a muerte con Qatar (ya lo han hecho lo suficiente). Conozco Bangladesh y sé lo que está pasando. En cada Mundial, medio país se vuelca maniáticam­ente con Argentina. Banderas albicelest­es por todos lados. La razón es inexplicab­le, pero quizá no más inexplicab­le que cualquier otra expresión de lealtad patria o de xenofobia o de nacionalis­mo, locuras ancestrale­s humanas a las que damos rienda suelta –por suerte de manera bastante inofensiva– cada vez que llega un Mundial.

Inspirado por el ejemplo de Infantino, me confieso: me siento británico, español y argentino

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Christophe­r Pike / Bloomberg Banderas argentinas frente al skyline de Doha, ayer
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