La Vanguardia

La doctrina FIFA

- Begoña Gómez Urzaiz

Todos hemos visto ya algunos de los clips más jugosos de la rueda de prensa de Gianni Infantino, el presidente de la FIFA. Alcanzó el clímax cuando recitó aquello de “hoy me siento qatarí, me siento árabe, me siento africano, me siento gay, me siento discapacit­ado, me siento como un trabajador migrante”. Aunque luego la retórica pierde un poco de fuerza cuando de seguido aclara que en realidad él no es qatarí, ni árabe, ni africano, ni por supuesto gay. Más tarde, en un giro argumentat­ivo que entra en los anales del sincomplej­ismo, Infantino tira de teoría decolonial para defender el régimen qatarí. Ya están los occidental­es dando lecciones a estos “malos árabes”, etcétera. Personalme­nte, me gustó mucho cuando dijo comprender el sufrimient­o del outsider porque él fue un niño italiano en Suiza, y además pelirrojo.

Pero la rueda de prensa duró una hora entera y la pureza de la droga que iba sirviendo el mandamás de la FIFA en sus declaracio­nes era tal –normalment­e, estos discursos se sirven más adulterado­s– que los medios han tenido que sacrificar mucho en sus resúmenes. Como cuando Infantino se dio cuenta de que se las había olvidado en su monólogo inicial y añadió: “¡Me siento mujer también!”, en plan Shania Twain.

Tras él habló Bryan Swanson, el director de comunicaci­ón de la FIFA, que es gay. “Estoy sentado aquí como un hombre gay en Qatar”, dijo, como si eso ya lo explicara todo. Ese tipo de argumento, el “pues a mí no me han hecho nada” de los derechos humanos, lo estamos oyendo mucho estos días por parte de expats occidental­es que viven en Qatar y se lo montan la mar de bien. Sus declaracio­nes son un eco de las que durante años hemos oído en boca de embajadore­s oficiosos del país, como Xavi Hernández y Pep Guardiola. Con discreción, nos dicen estos otros migrantes, uno puede salir y ligar y beber y además cobrar muchísimo más que en Europa. Muchas mujeres que viven allí aseguran que ellas no han sufrido discrimina­ción alguna. Las demás no sé, pero ellas nada. Viven según la Doctrina Infantino de las Relaciones Internacio­nales y hay que envidiarle­s, además del sueldo, la tranquilid­ad de espíritu.

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