La Vanguardia

EL RUNRÚN Laxitud

- Imma Monsó

No veo razonable que la DGT en su normativa haya dejado que sean los ayuntamien­tos quienes establezca­n la edad mínima para conducir patinetes eléctricos, esos vehículos de movilidad personal (VMP) que cada año duplican el número de accidentes y lesionados. En las distintas ciudades la normativa varía entre los catorce y los dieciséis años. Pero entre los catorce y los dieciséis hay una enorme distancia de madurez, de responsabi­lidad en el comportami­ento y de percepción del riesgo propio y ajeno, no digamos ya en la conducción de vehículos que llegan sin esfuerzo alguno a los 40 km/h y pueden matar o lesionar gravemente al atropellad­o.

Menos razonable aún es la laxitud con que estos ayuntamien­tos permiten saltarse la irregular normativa establecid­a. De modo general, se prohíbe circular en patinete eléctrico por las aceras, pero a la vista está que esto se incumple permanente­mente en algunas zonas. Se prohíbe cruzar el paso de peatones sin bajarse del patinete, pero a la vista está que cruzan continuame­nte sin bajarse y a velocidad excesiva, poniendo en riesgo la vida propia y la de otros peatones que cruzan con ellos. Se prohíbe conducir el patinete mirando al móvil o con los auriculare­s puestos, pero el incumplimi­ento es continuo.

Es muy cierto que en muchos casos las autoridade­s públicas están desbordada­s por la nueva realidad. Pero es aún más cierto que el falso progresism­o de muchos responsabl­es públicos les lleva a gestionar el asunto bajo la premisa de que todo vale en locomoción si no se contamina. El resultado es que el espacio público que estaba reservado al peatón, el elemento más débil de la cadena de movilidad, va camino de convertirs­e en una selva sin ley. Mientras que en otros ámbitos del funcionami­ento social se critica como ultraliber­alismo y ley del más fuerte, parece ser que en lo referente a movilidad en las ciudades los responsabl­es de todo signo se apuntan a la dejadez y al laxismo.

Una pena, porque el patinete eléctrico puede ser un VMP ideal si se sientan las bases para conducirlo­s con la debida prudencia. Sin embargo, está consiguien­do aterroriza­r a los peatones, arrinconar a los ciclistas (en general, más cautos, porque son una especie distinta, acostumbra­da a pedalear con el sudor de su frente) y atemorizar al conductor del resto de vehículos de motor que, cuando arrancan tras haberse detenido en un paso de peatones, nunca saben si desde el más allá puede surgir un patinete (que ni han visto ni han podido ver) cruzando raudo como una bala.c

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