Ternuras, ausencias
Es dolorosa esta hora. Tiene que serlo necesariamente para todo aquel que, en algún momento de las últimas décadas, se haya dejado abrazar por las estupendas canciones de Pablo Milanés, el extraordinario cantautor cubano al que vimos en concierto en Barcelona por última vez el pasado mes de enero, ya con la salud muy frágil, aunque paradójicamente firmó una actuación exquisita a su paso por el Palau de la Música.
El hombre que nos pedía en una de sus composiciones que no le bajásemos ninguna estrella azul, ha sido una de las figuras más completas de cuantas ha dado la canción en lengua castellana. Un artista inquieto cuyo recorrido lo proyecta más allá de las marcas de la nueva trova cubana, de la que fue padre fundador junto a Silvio Rodríguez o Noel Nicola. Así lo muestra un oceánico currículum que también bascula por aventuras en la trova clásica, el bolero, el filin e incluso el jazz. Aptitudes y talento que desmienten el terrible tópico según el cual los cantautores son, en materia estrictamente musical, poco ambiciosos.
Milanés fue, sí, hijo de la revolución. No son pocas las canciones (Yo pisaré las calles nuevamente, Yo me quedo…) que lo atestiguan. Del mismo modo que llegó el día en que se desmarcó del delirante régimen que aún hace de las suyas en Cuba. Como declaró en cierta ocasión, se consideraba a sí mismo “un abanderado de la revolución, no del Gobierno”, una bellísima forma de compromiso que nunca deberíamos dejar de celebrar.
Como tampoco deberíamos dejar de cantar las espléndidas canciones de amor de Pablo Milanés. Joyas como Yolanda, inserta en el alma popular desde hace largos años, o la especialmente afortunada El breve espacio en que no estás. Piezas en las que destilaba una sensibilidad arrebatadora tanto en los versos, no tan sencillos como en apariencia pudiera parecer, como en la interpretación, gracias también a una voz que transmitía ternuras y ausencias como pocas han sabido hacerlo.c