La Vanguardia

Abrirse a perder el miedo

- Jordi Juan Director

Dice el buen doctor Josep María Campistol, director general del hospital Clínic de Barcelona, que nuestra sociedad está enferma. Lo dice al constatar el espectacul­ar aumento de víctimas de agresiones sexuales que han atendido en su centro: un 51% más en lo que llevamos de año respecto al 2021 y un 29% más que en el 2019, antes de la pandemia. Este incremento le da toda la razón al galeno, pero habría que valorar hasta qué punto influye en estas estadístic­as el hecho de que las mujeres agredidas están perdiendo el miedo a denunciar la violencia de la que son objeto.

El papel tradiciona­l de la mujer, sometida a la dictadura del varón, no es hoy el arquetipo de nuestra sociedad. Al menos, la occidental. La esposa, obligada a mantener relaciones sexuales con el marido, por derecho de pernada, es algo felizmente superado, pero no tan alejado de nuestras vidas como podríamos suponer. En nuestro mundo de hoy, la violencia machista se denigra y se combate, y ello ayuda a que las personas que la sufren se vean más animadas a dar un paso que hace unos cuantos años costaba mucho más. Las policías disponen hoy de unidades especializ­adas con atención psicológic­a para atender estas demandas. La digitaliza­ción también ayuda a facilitar las denuncias sin riesgo a ser descubiert­as por el agresor. Los servicios médicos son también sensibles a esta problemáti­ca y se activan los protocolos correspond­ientes cuando se sospecha de la existencia de estos malos tratos. Y luego está la influencia cultural de los medios. Seguro que el mensaje de Lisbeth Salander, la protagonis­ta de la saga Los hombres que no amaban a las mujeres, el best seller de Stig Larsson, ha contribuid­o a la sensibiliz­ación general del problema. Por eso hoy hemos de conmemorar el día internacio­nal de la Eliminació­n de la Violencia contra las Mujeres y que no sea solamente un hecho aislado más. Los testimonio­s recogidos por Cristina Oriol y que divulgamos hoy descubren una realidad dramática que se esconde en nuestra cotidianid­ad.

Por tanto, sí, es cierto, si todas estas violencias gratuitas se repiten en nuestra sociedad, podemos concluir que está enferma. Pero cada vez lo va a estar menos si se arrincona el miedo a denunciar las agresiones. Es el único camino.

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