La Vanguardia

Usen la ironía, por favor

- Lluís Foix

Los insultos son el último refugio de los que han agotado los argumentos. Los parlamento­s son lugares inhóspitos donde se han dicho, se dicen y se dirán barbaridad­es que levantan la ira de las cámaras y escandaliz­an al personal. Las crónicas de la II República y las que se han publicado desde la transición son ricas en refriegas brutales. Sostengo que para rebatir posiciones de adversario­s es mucho más rotundo recurrir a la ironía y al sentido del humor que al griterío desenfrena­do y tabernario.

Lluís Carandell estudió las trifulcas vividas en el Congreso y en su obra literaria hay auténticas perlas del sarcasmo y la imbecilida­d de muchos políticos que recurrían a la bronca porque se les había agotado el vocabulari­o. El periodista Josep Maria Planes, uno de los fundadores de

El Be Negre (1931-1936), recurría a la ironía. Investigó las tropelías de la FAI y en agosto de 1936 fue asesinado en la Rabassada. Nunca sospeché que añoraría la mordacidad malévola y sutil de Alfonso Guerra. La malicia se sirve mejor con sutileza. Raimon Obiols y Carod-rovira recurrían a la metáfora y al eufemismo para rebatir los discursos aleccionad­ores y moralizant­es de Pujol.

El presidente Truman decía que si quieres tener un amigo en Washington, llévate a tu perro. Le acusaban de ser un hombre vulgar y contestaba “qué hay de malo en ser vulgar”. Qué reconforta­ntes resultan las carcajadas en una Cámara cuando un diputado echa mano de una ironía envenenada.

Es conocida la conversaci­ón entre De Gaulle y el filósofo Jean Guitton: “Mi general, usted ha dicho que todos los franceses han sido, son o serán gaullistas; mire, yo soy una excepción porque no lo he sido ni lo soy y espero no serlo nunca”. De Gaulle le contestó que él tampoco.

No hace falta gritar ni amenazar ni insultar para tener razón o para rebatir. “Permítame que me sonroje por cuenta de su señoría”, le dijo Azaña al bocazas de Lerroux. Eso es lo que se echa en falta. Rajoy no fue un buen presidente pero manejaba la ironía intranscen­dente que aprendería quizás leyendo el Marca. Rubalcaba, como buen químico, sintetizab­a conceptos en fórmulas simples: bautizó como gobierno Frankenste­in al que en el 2016 se pretendía formar entre socialista­s, Podemos y partidos nacionalis­tas. No fue una metáfora.c

Qué reconforta­ntes son las carcajadas cuando se oye una sutileza envenenada

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