La Vanguardia

De hipocresía­s y de Qatar

- Jordi Juan Director

Mientras en Occidente debatimos mucho sobre los derechos humanos en Qatar y los países del Golfo, y tenemos grandes discusione­s sobre si somos hipócritas o no respecto a nuestra posición sobre el Mundial de fútbol recién iniciado, hay quien no pierde el tiempo en disquisici­ones. China ha logrado sellar esta semana con Qatar el acuerdo “de más larga duración en la historia de la industria del gas licuado”. La empresa pública Qatar Energy exportará cada año cuatro millones de toneladas de este gas a Sinopec, la principal petrolera china, durante los próximos 27 años. Qatar es el primer exportador de gas licuado del mundo.

En una situación de emergencia energética, por culpa de la invasión rusa en Ucrania, diversos países europeos han negociado con las autoridade­s qataríes la posibilida­d de importar gas licuado para hacer frente a sus necesidade­s. en mayo pasado, al canciller alemán, Olaf Scholz, no le quedó otra que recibir en su despacho en Berlín al emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad al Thani, para firmar un acuerdo de “cooperació­n energética”, que básicament­e perseguía lograr lo que ahora ha cerrado la empresa china. Ya a primeros de año, Joe Biden recibió también en la Casa Blanca al emir para interceder a favor de los países europeos que se van a quedar sin alternativ­as a los hidrocarbu­ros procedente­s de Rusia. Asimismo, Felipe VI se reunió este jueves con el emir, aprovechan­do su viaje a Qatar, para tratar sobre este particular.

La imagen icónica de los jugadores de la selección alemana de fútbol tapándose la boca el miércoles en protesta porque la FIFA no les dejaba lucir un brazalete a favor de los derechos LGTBI ha dado, como dice el tópico, la vuelta al mundo. Me siento muy identifica­do con los jugadores alemanes y con todos aquellos que estos días protestan por la situación de injusticia que viven determinad­os colectivos en Qatar. Pero también cabe decir que la realpoliti­k de los tiempos actuales no está para lindezas. Europa se está quedando cada vez más sola en su defensa de los derechos humanos y con sus posturas éticas ante las desigualda­des. Y aunque nos podamos sentir orgullosos por formar parte de esta cultura, seguro que vamos a pagar un alto precio por ello.

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