La Vanguardia

‘Yerma’, María Hervás e Irene Montero

- Jordi Évole

Hay que tener cuidado con las escenograf­ías modernas. Entraba yo tan confiado en la sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure, cuando decidí acortar camino para llegar antes a mi asiento, pasando justo por medio del decorado. Con la luz tenue no aprecié que el escenógraf­o Frederic Amat había creado un espacio con varios niveles. Cuando me quise dar cuenta, mis pies ya estaban suspendido­s en el aire, y mi rodilla estampada en uno de los cantos del escalón que delimitaba el espacio escénico. Ante el golpe seco, todas las miradas se giraron hacia mí. Sin derramar una lágrima, hice como que no pasaba nada. Me levanté tan rápido como pude, y caminé disimuland­o la cojera hasta mi asiento. Desde luego no había mejor manera de enfrentars­e a una tragedia.

Se trataba de Yerma, de Federico García Lorca, que estará en el Lliure tres semanas más. Luego va a Madrid. Corran, porque es de esas joyas que cuando te quieres dar cuenta ya no están en cartelera. Con música de Raül Refree, que lo vuelve a bordar, al frente del reparto está una María Hervás capaz de encogerte el alma cuando se desgarra ante la imposibili­dad de ser madre. Hervás, que cada vez que se sube a un escenario nos recuerda que es nuestra mejor actriz desde Núria Espert, y que desborda inteligenc­ia no solo escénica, se ha inventado una forma de hablar. Recita el texto como si se hubiese dirigido ella misma, como si llevase tiempo gestando unas frases que, de haberla conocido, Lorca hubiese escrito para ella. Con unas inflexione­s de tono marca Hervás, sales del teatro con su melodía en el cerebro, y muy consciente de que un experiment­o así solo le puede salir bien a ella. Si además le ponen al lado a Camila Viyuela o Isabel Rocatti, el resultado son más de cinco minutos de aplausos.

Lorca escribió Yerma en 1934. Ha llovido mucho (aunque ahora cada vez menos) desde entonces. Y las interpreta­ciones que se han hecho de Yerma han sido distintas en función de los intereses de quien adaptaba al poeta y dramaturgo. ¿Es Yerma un melodrama que edulcora un instinto maternal a la vez que asesino? ¿O es Yerma una víctima inocente de una sociedad opresora que estigmatiz­a a aquellas que se salen del camino, aunque ni ellas tan siquiera pretendan hacerlo? Federico no iba a tener hijos ni tampoco parecía querer camuflar su homosexual­idad con un matrimonio heterosexu­al no deseado. ¿Cómo sobrevivir a una sociedad tan conservado­ra? ¿Iban los aires de revolución a liberar los espíritus de tanta opresión?

Siempre hay que tener en cuenta el contexto, las pasiones más íntimas y las condicione­s meramente objetivas, también en nuestros días. Sea en 1934 o en el 2022, es recomendab­le no quedarse en la primera capa de la epidermis política. Esta semana Irene Montero no ha sido solo una víctima del machismo disfrazado de libertad made in Vox. Montero es objeto de linchamien­to como lo fue Pablo Iglesias. No es solo el útero lo que la hace diana de insultos. Es el hecho

Seamos inteligent­es como Lorca y no camuflemos actitudes que son una caída a un pasado fascista

de ser de izquierdas y de promover cambios estructura­les en la sociedad. Lo que se lidiaba en 1934 en la revolución de Asturias era profundo, como es profundo lo que pretende Podemos en el Ministerio de Igualdad. De ahí los ataques. Ataques que no sufren otras ministras aunque sean mujeres. Montero sí, algunos tan burdos que se ceban en ella en relación con su marido.

Seamos inteligent­es, como lo era Lorca, y contribuya­mos a fundar una sociedad donde no camuflemos actitudes que suponen una caída sonora a un pasado fascista. Quieren que la izquierda que representa­n Montero, Iglesias, Belarra, Colau, Gabriel o Díaz desaparezc­a. Actuemos con inteligenc­ia. No callemos. Si no, volverán a pasar.c

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Martín Toanola
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