La Vanguardia

“La policía me trató peor al saber de mi trabajo sobre los rohinyás”

Toru Kubota Cineasta y documental­ista japonés encarcelad­o en Birmania

- Mireia merino Barcelona

Toru Kubota estaba filmando una protesta contra la junta militar de Birmania cuando la policía de paisano lo detuvo. Después de casi cuatro meses en prisión –tras recibir una condena de 10 años por incitar a la disidencia y violar las leyes de telecomuni­cacionesei­nmigración– la junta lo ha amnistiado y ha podido volver a su país natal, Japón. Con sus documental­es Prayer in

Peace (Rezo en paz) y Empathy Trip (Viaje a la empatía), Kubota mostró durante años la dura situación de la población rohinyá en Birmania, lo que le costó un peor trato a manos de la policía.

Una semana después de su liberación, asegura sentirse “responsabl­e” por los presos birmanos que todavía sufren torturas dentro de la prisión de Insein y está decidido a seguir trabajando para ayudar a quienes sufren la represión posterior al golpe de Estado que el 1 de febrero del 2021 arrasó el país.

¿Por qué decidió filmar aquella protesta el pasado 30 de julio? Sabía que las protestas son los lugares más peligrosos para filmar, por eso me autoimpuse la regla de mantenerme alejado de ellas. Pero cuando llegué a Naipyidó (la capital) noté un ambiente muy extraño. La violencia es muy visible en los pueblos, donde persisten los ataques aéreos, pero en la capital parecía como si nada hubiera pasado. Quería mostrar cómo las autoridade­s están silenciand­o a la gente en la ciudad.

¿Su detención fue planeada? La policía entró a revisar los pasaportes de los huéspedes del hotel donde me hospedaba unos días antes de mi arresto, pero solo querían comprobar si había alguien contrario a la junta escondido para preparar un ataque. Los dueños del hotel dijeron que era un comportami­ento habitual. Yo no les dije que era periodista, así que creo que me arrestaron en el acto.

¿Cómo fueron esos tres meses y medio en prisión?

Lo peor era el vacío del tiempo; no había nada que hacer. Me metieron en una celda que parecía una caja sin ventanas. Dormía encima de un trozo de madera y tenía un agujero en el suelo como inodoro; era todo lo que tenía. Pero no me quejo, porque mi nivel de vida era mejor que el de la mayoría de ciudadanos birmanos. En esos meses, era habitual escuchar gente siendo torturada, bombardeos y disparos, sobre todo de noche.

¿Quiere decir que tuvo trato de favor por ser extranjero? Sí. Después de la sentencia, pude hacer una llamada a la semana a la embajada japonesa y a mi familia, aunque siempre había alguien traduciend­o mis conversaci­ones al birmano para mantener registros. Pero habría sido torturado más si hubiera sido ciudadano birmano. Algunos prisionero­s se resistiero­n a facilitar el código de acceso de su teléfono móvil, y los policías les rompieron los dedos. Yo hice lo mismo, pero no me tocaron.

¿Qué pasó cuando descubrier­on que era documental­ista?

Me trataron peor. Hacer un documental sobre los rohinyás hace que te vean como un enemigo del Estado, porque realmente odian a esa minoría. Empezaron a golpearme mientras sonreían y me dijeron que iban a llevarme a un lugar que parecía el infierno. Me metieron con más de 20 personas apretujada­s en una celda. No había luz solar, estaba lleno de polvo y cucarachas, y había un solo inodoro a la vista de todos; era muy antihigién­ico. Para dormir teníamos que tumbarnos los unos encima de los otros. Era un lugar terrible.

La junta le acusa de difundir informació­n falsa sobre la población rohinyá.

Me acusan de mentir porque saben que es verdad. Tienen mucho miedo de que la población esté unida y saben que los rohinyás son una muy buena herramient­a para dividir a la gente. Los retrataron como un enemigo y afirmaron estar protegiend­o del islam a su país, de mayoría budista, para hacerse con el poder.

¿Cuál es la situación de esta minoría en la actualidad, casi dos años después del golpe de Estado militar?

Su situación ha empeorado después del golpe de Estado. Los rohinyás que viven en la ciudad ocultan su identidad. Y los que se encuentran en el estado de Rajine viven en una zona delimitada de la que no pueden salir; es como un campo de internamie­nto. Hay gente tratando de escapar en botes pequeños por mar hacia Tailandia.

Entonces, ¿la población rohinyá sigue siendo el blanco de las autoridade­s?

La gente ha empezado a caminar conjuntame­nte y está incluyendo a la minoría rohinyá en su lucha, una unión que las autoridade­s temen. Ahora, la mayoría de la población está en contra de la junta, así que cualquiera puede convertirs­e en su objetivo.

Le han liberado a usted y a otros 5.773 presos. ¿Puede considerar­se esto un signo de que la junta está tomando una deriva más moderada o de que podría poner fin a la represión?

La junta utiliza nuestra liberación como prueba de que el país está mejorando para que la presión internacio­nal también se suavice. Quieren demostrar que se han moderado, pero es mentira: los asesinato continúan. Con la ley 505, que establecie­ron después del golpe, pueden arrestar a cualquiera. Tenemos que seguir escuchando la voz de la gente que está sufriendo y no dejar que la fachada de la junta nos distraiga.

¿Piensa seguir trabajando en el documental o prefiere mantener un perfil bajo durante un tiempo? Aunque la mayor parte del tiempo estuve aislado, durante los meses de prisión tuve la oportunida­d de hablar con el resto de prisionero­s, y necesito seguir el camino por ellos; me siento responsabl­e. Creo que es muy importante conectar mi trabajo con la recaudació­n de fondos para ayudar a todas esas personas que están sufriendo, así que eso es lo que haré.c

En la celda “Lo peor era el vacío del tiempo; no había nada que hacer. Parecía una caja sin ventanas”

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AP Kubota habla a los periodista­s a su llegada al aeropuerto de Haneda, en Tokio, después de ser liberado

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