La Vanguardia

La globalizac­ión es para todos

- Josep M. Colomer J.M. COLOMER, politólogo y economista

Tras la pandemia y la reapertura de las fronteras, vuelve el debate sobre la globalizac­ión. Por un lado, la democracia y las institucio­nes globales exhiben una mala salud de hierro. Por otro lado, resurge la tentación de un repliegue a la política de bloques.

Un acontecimi­ento revelador del progreso de la globalizac­ión ha sido la cumbre del Grupo de los 20 en Indonesia, que es la tercera mayor democracia del mundo y una de las más jóvenes. Es un país extremadam­ente diverso territoria­l y culturalme­nte, pero goza de una democracia multiparti­dista desde hace casi veinte años y se ha convertido en el mejor ejemplo de la compatibil­idad de la democracia y el islam.

El año próximo, la cumbre del G-20 tendrá lugar en India, la mayor democracia del mundo, tres veces mayor que la Unión Europea y cuatro veces que Estados Unidos. La persistenc­ia de la democracia en India y su sostenido desarrollo económico es el caso de mayor éxito mundial en bastantes décadas.

Mientras tanto, la segunda y la cuarta democracia­s más grandes también están bien encaminada­s: Estados Unidos, ya libre de Trump, y Brasil, liberado de Bolsonaro.

A pesar de estos logros globales, algunos parecen añorar la guerra fría y proponen el autoaislam­iento de Occidente. Hace unas semanas, asistí a una conferenci­a de la viceprimer­a ministra de Canadá, Chrystia Freeland, en la Brookings Institutio­n en Washington. Freeland, que luego participó en la reunión de finanzas del G-20 antes de la cumbre, argumentó que los países democrátic­os deberían unirse para proteger sus intereses económicos y bloquear a los países no democrátic­os en el comercio transnacio­nal y otros intercambi­os. Se formarían nuevos bloques mediante el friendshor­ing, es decir, comerciand­o solo con amigos políticos.

Rana Foroohar, del Financial Times, que también asistió a la conferenci­a en Brookings, pronto saludó con entusiasmo esta idea en la promoción de su nuevo libro. Sostiene que “estamos avanzando hacia un nuevo paradigma posneolibe­ral en el que los valores desempeñan un papel más importante en las decisiones de política económica. Occidente debería abandonar la globalizac­ión y volver a los bloques comerciale­s entre naciones que comparten ciertos valores políticos e intereses geopolític­os”.

Enseguida ha habido varias respuestas en defensa de la globalizac­ión. El economista Branko Milanovic, uno de los mejores estudiosos de la desigualda­d económica en el mundo, ha replicado que “los bloques comerciale­s ya existían antes: eran las llamadas preferenci­as imperiales del Reino Unido, la zona de coprosperi­dad japonesa, el área de la Gran Alemania y

Centroeuro­pa, el Consejo Soviético de Asistencia Económica Mutua. Ahora se supone que debemos creer que el friendshor­ing es algo diferente. Pero no lo es. No es más que mercantili­smo con un nuevo nombre y bloques comerciale­s con una apariencia diferente”. Milanovic concluye que, si Occidente abandonara la globalizac­ión, sería ilusorio “pensar que el resto del mundo disimularí­a sin notar el enorme cambio ideológico que eso conlleva”.

Martin Wolf, comentaris­ta económico jefe del Financial Times, también ha reaccionad­o con firmeza: “Algunos parecen prever una desvincula­ción relativame­nte pacífica de las economías que hasta hace poco estaban tan entrelazad­as. Pero lo más probable sería un final destructiv­o de la globalizac­ión. Bajo el liderazgo de psicópatas y bajo la influencia del nacionalis­mo y otras ideologías peligrosas, somos capaces de cometer locuras grotescas y crímenes horribles... No estamos avanzando hacia un localismo benigno, sino hacia una rivalidad de suma negativa. Nuestro mundo podría no sobrevivir a un brote virulento de esta enfermedad”.

El éxito de la reunión del G-20 ha ofrecido una contundent­e respuesta positiva a la discusión. Por primera vez desde que es presidente, Joe Biden se ha reunido con Xi Jinping y han acordado “trabajar juntos para resolver los desafíos globales” y evitar las guerras económicas y militares. La belicosa Rusia ha quedado aislada y Putin ni siquiera se ha atrevido a asistir a la reunión.

El G-20 es importante para hacer extensivos al resto del mundo los acuerdos entre las democracia­s más ricas agrupadas en el G-7. Hay que tener en cuenta que estas abarcan alrededor del 45% del producto mundial bruto pero menos del 10% de la población. El impulso de la globalizac­ión en favor de la democracia, la paz y la prosperida­d debe llegar a todos o puede estrellars­e.

Pocos días después, la cumbre del clima en Sharm el Sheij ha mostrado, por el contrario, el daño que la política de bloques podría provocar. Ha abordado las consecuenc­ias del cambio climático con la creación de un fondo de ayuda a las víctimas de las catástrofe­s, pero no las causas, por desacuerdo­s entre los bloques productore­s de carbón y de petróleo o gas.

Así hemos podido observar una vez más que el mayor problema de gobernanza del mundo actual es que hay más globalizac­ión económica, sanitaria y climática que política. A principios del siglo XX hubo un proceso comparable de globalizac­ión con flagrantes déficits de institucio­nes globales. En aquellos años, la tasa de comercio exterior sobre el PIB era similar a los niveles actuales, la comunicaci­ón se expandía a través del telégrafo y la telefonía, la gente viajaba sin pasaporte...

Como entonces, la alternativ­a a la globalizac­ión política es la política de bloques, es decir, los nacionalis­mos, los aranceles, las fronteras, el racismo, la xenofobia y las guerras de soberanía. En última instancia, como ocurrió en 1914 y como estamos viendo en Ucrania, la alternativ­a a una mayor globalizac­ión política es la guerra.c

La cumbre del clima en Sharm el Sheij ha mostrado el daño que la política de bloques podría provocar

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Peter Dejong / AP
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