La Vanguardia

La caligrafía del garabato

- Màrius Serra

Jesús Marchamalo es un lector inquieto. Ejerce un periodismo cultural que combina la erudición galopante y la voluntad de comunicar de manera pausada. Ahora mismo lo pueden ver en La 2, entrevista­ndo a figuras como Landero o Muñoz Molina en uno de aquellos programas —Encuentros, se titula— que podrían firmar Balbín o Soler Serrano.

Marchamalo triunfó con una novela muy reeditada que hoy tildarían de crossover: La tienda de palabras (Siruela, 1999). Luego se ha dedicado a publicar libros singulares. Por un lado, breves retratos literarios (Pessoa, Kafka, Blixen, Woolf, Zweig..., una colección de miniaturas ilustradas en Nórdica), pero sobre todo libros sobre biblioteca­s particular­es: Las biblioteca­s perdidas (Renacimien­to, 2008), Donde se guardan los libros (Siruela, 2011) o Los reinos de papel (Siruela, 2016), estas dos últimas con el subtítulo Biblioteca­s de escritores. Pasear con Marchamalo por Madrid es dar un tour por domicilios literarios sin placa conmemorat­iva. Por una u otra razón, los conoce todos y, a menudo, se ha zambullido en las biblioteca­s y puede retratar a sus propietari­os a través de la disposició­n de los libros atesorados. Ahora reedita un libro que ya publicó en Fórcola en el 2011: Cortázar y los libros (Cátedra, 2022), con prólogo de Javier Gomà.

Marchamalo pudo retratar a Cortázar post mortem porque la biblioteca de unos cuatro mil volúmenes que el gran cronopio dejó al morir en su domicilio parisino de rue Martel acabó en la sede madrileña de la Fundación Juan March. Se propuso, dice, no hablar con nadie que hubiera tratado al autor de Rayuela y se limitó a buscar rastros caligráfic­os en las páginas de los libros que fueron suyos. En Cortázar y los libros comenta (y reproduce fotocopiad­as) montones de dedicatori­as, notas, glosas, exabruptos, firmas y todo tipo de garabatos que revelan al argentino como un lector activo. En una página de Confieso que he vivido, la autobiogra­fía de su amigo Pablo Neruda, Cortázar escribe a boli: “También me pasó a mí. También mi madre creyó que yo plagiaba”. Algunos volúmenes están tan anotados que delatan momentos de gran comunión lectora. Un Cortázar de 19 años compra en Buenos Aires Opio, diario de una desintoxic­ación de Jean Cocteau, en la traducción castellana de Julio Gómez de la Serna, y se queda pegado a una mesa de café durante tres horas y media de intensa lectura con el boli en la mano. A cada página comenta, responde o interpela al autor.

Marchamalo incluso detecta signos de relectura. En la página 24, bajo una nota escrita en tinta que dice “Muy de acuerdo con lo que yo siento”, un Cortázar más mayor pregunta, irónico, en francés: “Qui a écrit ça?”. Yo también me lo pregunto cuando abro un libro y veo que un día lo anoté. El río de Heráclito era de tinta.c

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain