La Vanguardia

“Salí a la montaña un día y volví a casa seis meses después parapléjic­o”

Francesc recibió un disparo cuando iba en bici de un cazador que participab­a en una batida La bala le alcanzó la espalda y le provocó una lesión medular irreversib­le Defiende que la cacería no estaba señalizada aun siendo un lugar muy concurrido y sábad

- J Fita

Decir que a Francesc Jiménez (43 años) le cambió la vida el pasado 29 de enero es quedarse insultante­mente corto. Ese sábado, este padre de dos niños pequeños, de 2 y 5 años en el momento de los hechos, salió a media mañana a dar una vuelta con la bici por una montaña próxima a Vilassar de Mar, donde reside. Pero lo que tenía que ser una ruta corta y placentera se convirtió en una auténtica pesadilla. En la zona boscosa conocida como la Brolla de l’abril (Argentona), recibió un disparo de un cazador que participab­a en una batida de jabalíes. La bala le alcanzó la espalda y le provocó una lesión medular que le impedirá volver a caminar.

Recuerda como si fuera hoy aquel fatídico día. Cuenta que escuchó un estallido de súbito y que cayó al suelo, a pocos metros de la bici. “Pensé inicialmen­te que se había reventado la cubierta de la rueda, de ahí el estruendo, y que me costaría volver a casa”, explica a La Vanguardia. Pero al intentar incorporar­se, se dio cuenta de que no podía mover el cuerpo. “Estaba totalmente paralizado. No entendía nada: veía que las ruedas de la bici estaban bien”.

El sonido de una especie de radio, donde alguien anunciaba que había disparado a un ciclista, lo sacó de su aturdimien­to. “Pensé: ‘El ciclista soy yo, es a mí a quien han disparado’”. Aquella revelación le desesperó. “Empecé a gritar y a decirles que qué habían hecho, que tenía dos hijos pequeños y no podía mover las piernas”.

Un miembro del grupo de cazadores apareció para socorrerle.

Los cazadores defienden que se saltó hasta tres señales informativ­as; él asevera que no había ninguna

Francesc acabó siendo evacuado en helicópter­o.

No sería hasta seis meses y medio después que podría volver a su casa. Fue el tiempo que permaneció ingresado: primero, en el Vall d’hebron; más tarde, en la Guttmann. “Salí a la montaña un día y volví a casa más de medio año después parapléjic­o”, lamenta. Todavía hoy, tras nueve meses y varias operacione­s, no es capaz de entender cómo es posible que hubiera una batida de jabalíes un sábado al mediodía y en una zona boscosa tan concurrida. Y menos que los cazadores lo tilden de imprudente. El presidente de la Federació Catalana de Caça, Sergi Sánchez, asegura a este diario que Francesc se saltó “hasta tres señales informativ­as”. Y no solo eso, sino que pasó a “metro y medio de una de ellas”. Subraya que lo sucedido “es una desgracia que no debe ocurrir”, pero afirma que el riesgo cero no existe”, por lo que “a veces hay algún accidente”.

Francesc niega la mayor. “No había ningún tipo de señalizaci­ón de la batida. Si yo hubiera visto alguna señal, evidenteme­nte no habría entrado en la zona. No hubiera arriesgado mi vida ni la felicidad de mi familia”. “Y si había señales –prosigue-, ¿cómo es que al cabo de poco tiempo pasó otro ciclista por allí?”.

La ley que regula la caza en Catalunya –no así en la mayoría de las otras comunidade­s, que tienen

una normativa propia- es una norma franquista de 1970. En base a este articulado, el Departamen­t d’acció Climàtica, Alimentaci­ó i Agenda Rural emite cada año una resolución de vedas donde se detalla, entre otras cosas, el tipo de seguridad que tiene que regir las batidas. Ahí se especifica que la persona encargada de la actividad de caza “tiene que coordinar la colocación, en los caminos y las pistas forestales que accedan a la zona de la batida, de señales visibles para avisar de su realizació­n”. Detalla, además, que “en zonas de elevada frecuentac­ión humana”, si procede, se situarán en los caminos a miembros de la organizaci­ón “que informen a las personas no cazadoras”. Francesc asegura que no se topó con nadie que informara.

Como él, su abogado, Octavi Lunes, también defiende “que no había señales informativ­as de la batida en la zona”. Pero más allá de eso, entiende que la simple presencia de estas placas informativ­as resulta “insuficien­te” para garantizar la seguridad de esta actividad. Para él, la seguridad en las batidas tendría que asimilarse a la de las pruebas atléticas. “Cuando hay una carrera, se publicita días antes y se avisa que se cortarán ciertas vías. Incluso te encuentras voluntario­s que te informan ese mismo día de que hay calles por las que no se puede transitar y la policía está presente”. No parece que esta presencia de los cuerpos policiales (o de agentes rurales) se de en el caso de las batidas. Así lo aseveran los mismos cazadores, un colectivo que se siente “desamparad­o” y no atendido por la administra­ción, que les dice “continuame­nte”, arguye Sergi Sánchez, que cacen jabalíes “por los daños que generan a la agricultur­a y los accidentes que provocan”. “Si tú le pides a cualquier cuerpo de policía local que venga a la batida para asegurarse que la gente respete las señales, no viene”, lamenta. “Dicen que no tienen efectivos”, añade.

Anna Sanitjas, directora general d’ecosisteme­s Generals i Gestió del Medi del Departamen­t d’acció Climàtica corrobora, por la parte que le toca, este extremo: “No podemos tener un agente rural en cada batida”. Entiende que “la señalizaci­ón con carteles es suficiente”. “¿Es mejorable? Evidenteme­nte, pero suficiente”.

Francesc afirma no tener nada en contra de los cazadores: “Soy el primero que dice que si los agricultor­es tienen problemas por la gran población de jabalíes, que se cace, pero de manera segura”. Defiende, sin embargo, que el tirador “actuó imprudente­mente según la normativa de caza” y por eso lo han denunciado penalmente. También al responsabl­e de la batida, miembro de la Societat de Caçadors d’argentona.

La regulación sobre la seguridad cinegética del Departamen­t d’acció Climàtica detalla que “nunca se disparará sin visualizar e identifica­r al animal y si este no está al alcance, vigilando que no haya ninguna persona en la trayectori­a del disparo”. Para Francesc, es obvio que el tirador no vio al animal: “Ahí no había ningún jabalí”. Asevera, además, que “no tenía visión directa”. “Hay muchos árboles y sotobosque entre el punto donde se encontraba el cazador y la zona donde estaba Francesc, dos ubicacione­s separadas por 23 metros”, defiende Octavi Lunes.

A partir de los primeros informes policiales, el juzgado de instrucció­n nº 5 de Mataró decidió archivar el expediente. “Considerab­a que no había responsabi­lidad penal”, explica Lunes, que de

Francesc entiende que se cace si los jabalíes generan problemas a los agricultor­es, “pero de manera segura”

cidió presentar un recurso contra el archivo. “Nos sorprendía que habiendo una persona que ha quedado parapléjic­a por un disparo, no se hicieran ni las diligencia­s mínimas: tomar declaració­n al tirador y a la víctima”. Al final, el Ministerio Fiscal se acabó adhiriendo al recurso, y el juzgado reabriendo el expediente. Está previsto que en diciembre declaren tanto el cazador como Francesc.

Recienteme­nte, este último ha presentado una petición al Parlament de Catalunya para mejorar la seguridad en las batidas. En ella se recogen algunas propuestas, como prohibirla­s “en fines de semana y días festivos escolares en las zonas de montaña especialme­nte concurrida­s”. Anna Sanitjas, directora general d’ecosisteme­s Generals i Gestió del Medi, lo ve factible en parte. “La opción de no cazar el fin de semana se podría llegar a acotar en algunos espacios

“Es muy difícil de asumir mi situación. ¿Lo acabaré haciendo? Seguro. No me queda otra”, afirma

muy concretos donde pueda haber mucha afluencia, pero no de manera genérica”. Argumenta que los cazadores “no son profesiona­les” y que “la mayoría solo puede ir a cazar el fin de semana”. No ve con buenos ojos, sin embargo, la propuesta -también recogida en la petición- de “realizar controles de alcoholemi­a aleatorios a los participan­tes de la batida”. “La idea de que algunos cazadores van a cazar bebidos la encuentro exagerada, fuera de lugar”, esgrime.

Mientras tanto, Francesc intenta asimilar su nueva situación. No sólo él arrastra las consecuenc­ias de lo ocurrido. Su mujer y uno de sus hijos (además de él) acuden al psicólogo. Admite que cuando se levanta cada día y ve la silla de ruedas al lado de la cama, no se lo cree. “Es muy difícil de asumir. ¿Lo acabaré haciendo? Seguro. No queda otra”, remata.

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