La Vanguardia

“La ópera está anticuada, aún cree que la mujer ha de ser más baja que el hombre”

- Maricel Chavarría Barcelona

En la sequía general de voces poderosas que vive hoy en día el mundo de la ópera, sobre todo de las wagneriana­s, Lise Davidsen, la joven soprano noruega que dio el salto a las grandes casas de ópera justo antes de la pandemia, aparece como la excepción, la perla negra, el presente y el futuro del género... Una voz entre un millón que solo es posible apreciar en su magnitud escuchándo­la en vivo. Su sonado debut en el Liceu, ayer, como la Giorgetta de Il tabarro, la ópera con la que comienza Il trittico, dio sentido por fin a las dimensione­s de la sala. El público quedó extasiado con el que para ella suponía el primer Puccini. Para fin de año también debuta en Rosenkaval­ier y Don Carlo.

¿Se siente sola en la cúspide del reino de las grandes voces?

No estoy tan sola. En el concierto del anterior domingo en el Liceu, con Irene Theorin y Waltraud Meier, o en las óperas en las que canto como la Valquiria ,enla que he coincidido a menudo con Brandon Jovanovich [Luigi en Il tabarro], estoy rodeada de grandes voces. Ojalá tuviera más encuentros con Meier, porque hemos cantado los mismos papeles y es fantástico poder compartir reflexione­s sobre el repertorio.

¿Y qué me dice de la presión de ser considerad­a la promesa del presente y el futuro?

Me asusta más la presión del ahora que la del futuro. Aquí en el Liceu, sin ir más lejos, la gente puede pensar, “oh, es maravillos­a”, pero luego vengo yo y he de servir mi primer Puccini. Eso da mucho respeto. Es algo nuevo que me asusta más que ser una potencial Brünhilde en el ciclo de Wagner.

El teléfono le suena sobre todo para interpreta­r repertorio alemán. ¿Se siente encasillad­a?

No, creo que he tenido mucha suerte en mi carrera, los teatros me han ofrecido distintos papeles. El Liceu me ofreció este Puccini cuando no era tan conocida. Pero es cierto que hay tendencia a pensar que la soprano que canta Elisabeth y Siglinde solo puede hacer eso. Yo me he tomado tiempo para abordar el repertorio italiano, porque enseguida entré en los principale­s teatros de ópera. Pero ojalá todos pudiéramos sentir que podemos ampliar repertorio.

¿Se lo propuso el Liceu ?

Creo que sabían que quería hacer ópera italiana, y Víctor García de Gomar sugirió este papel. Y me encanta, porque es un papel intenso, dramático, pero no de cinco horas. Es como una prueba.

¿Qué le atrae tanto de la ópera italiana?

Puedes pasarte la vida cantando verismo y Verdi. Y Giorgetta es, de algún modo, un Wagner al estilo Puccini. No hay nada dejado al azar, y tenemos arias de dos páginas y con tantas dimensione­s... Los personajes son humanos, ni buenos ni malos, sino ambas cosas. Giorgetta es una más de nosotros . Y en los 55 minutos que dura la ópera te encuentras con todas las emociones. Me encanta.

¿Por qué cree que Puccini es la quinta esencia de la vocalidad? Porque ese realismo del verismo lo encuentras en la linea de canto. Y eso es muy exigente, porque es muy emocional. Como cantante no puedes ir por ahí llorando, has de encontrar el equilibrio. Puedes pasar de cero a cien en un instante con Puccini. Ahora que estoy preparando Rosenkaval­ier de Strauss me cuesta decir qué tienen en común y qué de diferente.

¿Al debutar en Bayreuth tuvo que moderar la potencia vocal? No, no, ja ja. Quizás desde el público se siente de otro modo, pero para mí sigue siendo darlo todo y también los más dulces pianissimi. Es una sala única, puedes cantar con todas las dinámicas, aunque haya cien músicos. Cuando oí decir que Bayreuth era como escuchar música de cámara, me pareció una chorrada, cómo puede ser Wagner de cámara. Allí me di cuenta de que sí, la orquesta suena tan mitigada que puedes hallar esos momentos de delicadeza.

Creció en un pequeño pueblo de Noruega. ¿Qué recuerdos tiene de infancia?

Muy protegida. Hasta los siete, mi madre trabajaba dos veces a la semana. Jugaba a balonmano y el equipo eran mis amigos; mi madre, la jefa de deportes; mi hermano, el entrenador; y mi padre, el ayudante. El canto llegó de la nada, un poco en la escuela, en la iglesia. Vi que podía expresar mis emociones sin hablar en voz alta. Escuchar música es indescript­ible, te entristece o te alegra sin poder decir por qué. Y al cantar me podía expresar y me quedaba en paz.

¿Ser tan alta [casi 1,90] ha sido un handicap en la ópera? Complica los casting, porque la ópera está un poco anticuada, aún cree que las mujeres tienen que ser más bajas que los hombres para verlos como pareja real. Yo no veo el problema. Con Pablo García-lópez, que interpreta Il Tinca en Il trittico y es mucho más bajo, bromeamos mucho, porque es verdad que es raro. Es un reto, sí, pero prefiero ser alta y visible que ser invisible.

¿Tuvo complejos en su adolescenc­ia por esa razón?

Sí, era más alta y más grande de lo que la gente creía adecuado. Aún hoy, la gente cree que te suelta un piropo cuando dice “¡Oh Dios mío, qué alta eres!”. No ven que hacen un comentario sobre tu cuerpo. Eso lo tiene pendiente la sociedad, no se les ocurriría decir, “Dios, qué gorda eres”. Al final, es peor el comentario, porque los hombres se sienten aún más bajos y yo parezco aún más alta.

¿Lo trabajó psicológic­amente? Sí. Estar a gusto conmigo misma es parte de mí, ya lo era en la escuela. No es bueno llevar a escena esos problemas. Al final, el escenario es un espacio seguro, ahí soy más difícil de alcanzar. Y me transformo en otra, pues a veces Lise puede ser algo fastidiosa.

¿Qué opina del Metoo? ¿Se levantaría por Plácido?

No he estado nunca en una situación que mereciera la pena notificar, pero he tenido colegas que sí y siempre me he solidariza­do.

Vive a las afueras de Oslo. ¿Cómo ve la frontera con los rusos? Nunca pensé que en mi vida viviría una guerra. Somos un país pequeño y, aún siendo parte de la OTAN, me siento indefensa, no tenemos nada… a parte de dinero y petróleo, y no puedes hacer la guerra con petróleo. ●

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Lise Davidsen, en las escalinata­s del Liceu, el teatro en el que debuta estos días

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